Sin tener el nombre de un John Williams o un Bernard Herrmann, puede decirse sin temor a errores que Marvin Hamlisch es uno de los más grandes compositores en la historia del cine. Hijo de músicos y considerado un niño prodigio, a los cinco años empezó a tocar el piano y a los siete se convirtió en el alumno más joven jamás admitido en la prestigiosa Julliard School, desde donde no tardaría en saltar a Broadway y Hollywood convertido en un excelente arreglista, compositor y director de orquesta. Colaborador habitual de Barbra Streissand y autor de A Chorus Line, es la única persona que ha ganado tres Oscar en una sola noche, y la única junto al también músico Richard Rodgers en posesion del Oscar, el Emmy, el Grammy, el Tony de teatro y un Pulitzer. Hasta su muerte en 2012 con solo 68 años siempre quiso mantenerse en segundo plano, razón por la que no es alguien especialmente conocido entre el gran público. Hasta el punto de que cuando alcanzó la cima de su carrera en el cine, quien mas se aprovechó de ello fue una persona que llevaba muerta cincuenta años.

Decir que una película puede hacernos creer en imposibles si está lo bastante bien hecha resulta una perogrullada. Steven Spielberg, George Lucas y Lawrence Kasdan le colaron a todo el mundo que un batallón del ejército nazi podía pasearse tranquilamente por una colonia británica en plenos años 30. Del mismo modo, Hamlisch convirtió el ragtime en el género musical de moda en 1936 y a su máximo representante, Scott Joplin, en estrella epocal. La realidad era que el esplendor del rag era agua pasada desde principios de siglo y de Joplin, fallecido en 1917, no se acordaba ni Dios; pero la superchería ha terminado calando hasta el extremo de que hace unos años, cuando fui a presenciar un festival de cine mudo no recuerdo donde, varios espectadores interpelaron al pianista que tocaba en directo durante las proyecciones por usar ragtimes diciendo que «eso es de los años treinta y no pega». Tal cual.

Sea como fuere, además de para evidenciar la ignorancia generalizada del personal y lo fácil que resulta hacerle tragar cualquier mentira a poco que se «venda» medio bien, la banda sonora de El golpe sirvió para demostrar la habilidad de Hamlisch como arreglista y músico en general, sin olvidar su efecto a la hora de reivindicar al olvidado Scott Joplin. Siguiendo la estela de Hamlisch, otros músicos lanzaron discos versionando clásicos del rag y obtuvieron el favor de un público que de repente se había vuelto fan de esta marchosa música, si bien las piezas originales no tienen tanto ritmo (los arreglos para El golpe incluyen, aparte de una orquesta, un extra de velocidad añadido al tempo de las canciones para hacerlas mas alegres). Esta banda sonora es hoy por hoy un clásico a la altura de la película que ambienta.

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