En este caso artístico:
En 1978, nadie hubiese imaginado que esta famosa secuencia de El cazador acabaría representando el destino del propio Michael Cimino, que llevaba demasiado tiempo jugando a la ruleta rusa (la gestación de esta película constituyó una odisea en sí misma) y acabó como tenía que acabar. Porque ciertamente no podía acabar de otro modo…