Debut como director del guionista de Taxi Driver, con una película igual de pesimista y malrrollera. No sorprende viniendo de alguien como Paul Schrader, marcado por una infancia traumática gracias a sus padres, cristianos ultraortodoxos que pensaban que el cine, la radio y la TV eran cosa del demonio. El joven Schrader acabaría revelándose contra aquel ambiente opresivo marchando a California para estudiar… cine, se convertiría en un prestigioso critico amadrinado por Pauline Kael (que era a los críticos lo que Cristiano Ronaldo es hoy a los futbolistas) y finalmente en guionista de éxito, lo que le permitiría aspirar a su anhelo de dirigir una película. Cumplir el sueño no le resultaría fácil: Schrader tuvo que vencer múltiples dificultades empezando con el guión, luego con la financiación, mas tarde con la búsqueda de actores y localizaciones y finalmente con el rodaje en si, un averno del que el neófito realizador saldría física y psicológicamente tocado.
«Si el tito Martin pudo, yo también».
Para el guión, Paul hizo lo que solía hacer siempre y pidió ayuda a su hermano Leonard, que era el verdadero artífice de sus guiones: Leonard los escribía y luego Paul los pulía… y se quedaba con la fama y la mayor parte de los beneficios, una costumbre de la que tampoco prescindiría esta vez y provocó la ruptura definitiva entre ambos. El título (Cuello azul) hacía referencia al apodo por el que se conoce a los operarios fabriles con menor cualificación, sueldo y, por tanto, también menores derechos, habituales en las cadenas de montaje. La película se basa muy vagamente en hechos reales de la vida de Paul y Leonard, que vivieron cerca de una planta automovilística en la que los obreros organizaron una huelga para protestar… contra el sindicato que teóricamente les defendía contra los abusos de la empresa, aún mas trapacero y corrupto que esta última.
Pese a requerir muy poco dinero, costó bastante encontrar a alguien dispuesto a aflojar la mosca para filmar un guión tan crudo y más cuando el protagonismo recaía en dos negros y un blanco en vez de al revés. Localizar exteriores tampoco fue sencillo: todos los fabricantes de coches de Detroit se negaban en redondo a ceder sus instalaciones hasta que finalmente Checker, el constructor de los míticos taxis de Nueva York, aceptó. Paul Schrader tuvo que apearse del burro en su alocada intención de contratar a Steve McQueen, que no quería tocar eso ni con un palo, y conformarse con Harvey Keitel (lo que tampoco es moco de pavo) en compañía de Yaphet Kotto y Richard Pryor, que vivía en la cúspide de su carrera artística y deseaba probar con algo diametralmente opuesto al rol de comediante que le había hecho célebre. Llegados a este punto parecía que las dificultades se habían terminado, pero nada más lejos.
El calendario de rodaje fue de solo 35 días, pero bastaron para crear un verdadero pandenomiun. Por entonces Richard Pryor ya era un drogata consumado y sus excesos no ayudaban precisamente a crear buen ambiente. Los protagonistas discutían a todas horas, en ocasiones a puñetazo limpio, y estos se encaraban con el director, nada acostumbrado a lidiar con una situación semejante y que a punto estuvo de mandar todo al carajo afectado por una crisis nerviosa (según se dice, después de que Pryor llegase a apuntarle con un arma durante un ataque de furia, aunque es un extremo sin confirmar). Para colmo la película sufrió una distribución ultrajante y no recaudó un céntimo en taquilla, lo que llevó a Schrader a replantearse su futuro en el mundo del cine mientras ahogaba las penas en cocaina. Sin embargo Blue Collar recibió muy buenas críticas, y a pesar de ser desconocida incluso para muchos aficionados al fenomeno del Nuevo Hollywood en el que se encuadra, hoy está considerada como una peli a revindicar.
Una peli de culto con todas las letras, en el mejor sentido del término. Los actores están magníficos y el guión que interpretan es de esos que ya no se ruedan, sombrío, chungo y muy crítico con la situación de un colectivo que a finales de los setenta ya lo estaba pasando mal, pero que lo pasaría aún peor tras la ascensión al poder de Ronald Reagan, el hombre que destruyó la economía productiva de Estados Unidos para hacer más ricos que nunca a sus amiguetes liberales de Wall Street. Blue Collar es una verdadera rareza, sobre todo comparándola con el grueso de la producción cinematográfica actual, dominada por la autocomplacencia y la más absoluta mediocridad.
Resultado: Aplausos. Y más motivos para extrañar los clásicos taxis de Nueva York.