Miguel es un niño mexicano que se niega a continuar el oficio tradicional de su familia, propietaria de una modesta fábrica de zapatos. Contra la opinión de los suyos, lo que realmente ambiciona es ser mariachi como lo fueron su tatarabuelo y su ídolo Ernesto de la Cruz, una mezcla entre Pedro Infante y Jorge Negrete. Para poder tomar parte en un concurso de talentos durante las celebraciones del Día de los Muertos, Miguel roba la guitarra de de la Cruz, expuesta en su mausoleo como la reliquia de un santo, y se ve transportado repentinamente al mundo de ultratumba donde, con la ayuda de su admirado cantante y la de un vagabundo muy jeta llamado Héctor, tendrá que ingeniárselas para regresar antes de que él mismo se convierta en un cadáver.
La última cinta de Pixar hasta el momento regurgita por enésima vez el concepto básico utilizado por la empresa en toda su obra y algunos elementos que, por reiterativos, le restan todavía más puntos como por ejemplo el uso de un flashback para introducirnos en la historia durante la secuencia inicial, algo ya visto por ejemplo en Up. Pese a ello, estamos ante su mejor película de los últimos años.
Las razones son varias: a pesar de sus defectos, el guión es estupendo y huye de clichés como los personajes ahostiables que caracterizan la producción Disney. Aquí no hay ni uno solo que pueda parecer repelente, y con lo fácil que hubiera sido caer en la tentación siendo el protagonista un niño, resulta que ni siquiera a él dan ganas de cruzarle la cara. Por el contrario, Miguel es un personaje inolvidable como lo son quienes le rodean, empezando por su entrañable bisabuela. Ya que la hemos nombrado, se lo advierto: preparen los pañuelos si son ustedes de lágrima fácil, porque van a llorar y mucho sobre todo durante la secuencia final, que dicho sea de paso es realmente magnífica pese al ya previsible happy end y la inevitable moralina Disney que lo impregna todo, si bien en este caso no resulte tan nauseabunda como en otros y quede hasta bonita.
El mencionado final es tal vez lo mejor de una película por lo demás muy entretenida, que logra milagros como no caer en el cliché burdo cuando retrata la cultura mexicana. Todo está tratado partiendo de un meticuloso trabajo de asesoramiento y documentación, con mucha estima hacia el país y su gente y de forma muy divertida además, como en el caso de Frida Kahlo. De hecho, la película fue tan bien recibida allí que al poco de estrenarse se convirtió en la más vista en la historia de México. Por algo será. Los seis años de curro invertidos en la cinta se notan y de qué manera, oigan. Y no sólo en la parcela técnica. Esa la obviamos porque se da por hecho lo evidente, tratándose de una película que lleva el sello de Pixar.
Resultado: aplausos entusiastas, a pesar de los lastres.