Tras haberla visto, tengo claro que Dunkerque marcará un punto de inflexión en la carrera de Christopher Nolan, y cabe la posibilidad de que sea definitivo. Porque si nos atenemos a las cifras la película puede ser juzgada como un éxito: costó cien millones de dólares y ha recaudado en torno a quinientos. Pero si tenemos en cuenta que el director (y también guionista) cobró un sueldo neto de veinte millones más el veinte por ciento de la taquilla, la cosa ya no pinta tan bien para quienes la financiaron. Las malas lenguas cuentan que no están demasiado contentos porque esperaban bastante más, y ya se sabe lo mal que se toman los «fracasos» en el Hollywood de hoy. Aunque sean así, entre comillas.

Sin alegrarme tampoco, no es menos cierto que ya iba siendo hora de una cura de humildad para un realizador endiosado y tremendamente sobrevalorado, que en otro tiempo no habría pasado de traerle cafés a gente como Mankiewicz , Curtiz, Lubitsch o Welles. Así están las cosas en el cine actual, país de ciegos donde el tuerto es el rey por obra y gracia de un fandom compuesto básicamente por individuos que creen que la historia del séptimo arte empieza con Star Wars. A Nolan le han devorado su personaje y su propia ambición, y en Dunkerque se le ven las costuras ante la evidencia de que la película le viene descaradamente grande. Porque esto no es ciencia ficción al estilo de Batman o Interestellar, películas destinadas a un tipo de espectador potencialmente analfabeto al que le puedes colar filosofía de bazar chino quedando como un señor. Aquí estás narrando un hecho real, sin ambages, y canta mucho cuando te pasas de listo. Algo que al director que nos ocupa le gusta casi tanto como molarse, como buen pedante pretencioso que es.

Se fijen en la cara del tipo que mira «pa Murcia» cuando se supone que los aviones nazis le van a caer encima. Nolan, a la altura de Cecil B. DeMille dirigiendo escenas de masas.

Y claro, el resultado no puede ser otra cosa que un filme como Dunkerque, con muchas pretensiones pero insustancial, hueco y frío. Una lastima tratando el tema que trata, quizás el gran suceso más olvidado dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial, y que podría haber dado pie a una extraordinaria cinta bélica. En lugar de eso nos encontramos con ciento seis minutos de película que parecen doscientos, estructurados al más puro estilo Nolan (esto es, de forma no lineal) y centrados en la historia de tres personajes concretos: un marino civil propietario de un barco que se dirige a Dunkerque para ayudar en la evacuación de las tropas allí asediadas, un soldado atrapado en las playas de la ciudad que ni puede cagar tranquilo y un as de la aviación muy noble y mucho noble, dispuesto a todo por sus compañeros. Tierra, mar y aire, elementos entre los que la película va saltando cual rana sin contar nada especialmente relevante. Y ese es su principal problema: los personajes están dibujados a trazo grueso, apenas sabemos nada de ellos y por eso resulta prácticamente imposible que el espectador establezca con ellos algún vínculo. Lo que les pueda suceder importa un cojón, da igual si viven o mueren. Lo único tangible es una pesadez casi soporífera, que solo desaparece en contadas escenas. Lo de siempre en el cine del presuntuoso Nolan, por otra parte.

En definitiva, un coñazo que va de superproducción épica sin serlo. Sobre esto llama la atención que, pese a la millonada invertida, en Dunkerque aparezcan edificaciones actuales colándose en muchos planos. O que apenas transmita retazos de lo que fue una batalla salvaje que involucró a más de un millón de hombres y mató a decenas de miles, una catástrofe que a punto estuvo de provocar la claudicación total de los Aliados ante a las fuerzas del Eje. Por supuesto, dado que se trata de un largometraje orientado a un público deficiente en más de un sentido, del contexto histórico mejor nos olvidamos: ni una mención a las causas que llevaron al grueso de los ejércitos británico y francés a caer en una auténtica ratonera. Nada acerca de la heroica resistencia de los franceses, que hicieron lo posible por contener a las tropas de Hitler, contribuyendo a salvar muchas vidas. Los pocos que aparecen quedan más o menos al nivel de esos indeseables que intentan colarse en el transporte público para viajar por la gorra. Tampoco mención alguna al inexplicable parón del avance alemán, que en última instancia permitió sacar de Dunkerque a más de 300.000 soldados. Chris Nolan dirá que total, para qué esforzarse, y que para algo está Intenné. A fin de cuentas no cabe esperar de él una cinta bélica – histórica digna, sino pura ciencia ficción. Una mierda con ínfulas (lo que la hace aún más mierda). Porque ni él ni su película dan para más.

Resultado:

«Me río en vuestra puta cara».

Ficha en la IMDB.

 

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