Aunque hoy esté considerada como un pequeño clásico, generador con los años de todo un universo de merchandising que incluye hasta muñecos, juegos de cartas y de tablero, en realidad Golpe en la pequeña China constituyó un gran fracaso cuando se estrenó en 1986. Tanto que supuso el último clavo en el ataúd para la carrera de John Carpenter, luego de haber encadenado un fiasco tras otro con películas como Christine, Starman y en especial La cosa, que había costado un dineral. A partir de entonces tendría vetado el acceso a largometrajes de gran presupuesto, quedando definitivamente relegado a producciones de mucha menor categoría.
Con Golpe en la pequeña China, Carpenter buscaba reverdecer los laureles de La noche de Halloween (que a día de hoy continúa siendo su filme más taquillero) siguiendo el camino marcado por Spielberg y Lucas, entonces símbolos indiscutibles de la cultura de masas yanki y referentes que todo el mundo quería imitar como grandes triunfadores que eran. Como ellos, Carpenter se fijó en añejos seriales radiofónicos y televisivos de serie B, haciéndole guiñitos al público de clase media que acudía al cine los fines de semana a ver películas en familia. Sin abandonar las inequívocas señas de identidad de su obra, donde el terror y la ciencia ficción son pilares fundamentales, pero abordándolas con un tono mucho más ligero y humorístico en la onda de películas como Los cazafantasmas y en especial El chico de oro, vehículo para el lucimiento estelar de Eddie Murphy con el que Golpe en la pequeña China competiría directamente.
Carpenter elucubra sobre su futuro. «¿Y ahora qué coño hago yo?»
Pese a recurrir a su actor fetiche, Kurt Russell, y arroparlo con un reparto de secundarios entrañables y con cierto gancho entre los que destacaba el gran Victor Wong, la película demostró carecer de los mimbres necesarios para funcionar en salas. De algún modo, resultaba más apropiada para una sesión de vídeo casero un sábado por la noche, y quedó demostrado cuando la cinta pasó a distribuirse en dicho formato y rápidamente se convirtió en un preciado «trofeo de videoclub», difícil de conseguir en alquiler porque todo el mundo quería verla y por tanto siempre estaba «cogida». Este tardío éxito ayudó a cimentar las afirmaciones de Carpenter acusando al estudio de su fracaso, por culpa de sus continuas injerencias en la producción (que fue muy complicada, incluyendo enfrentamientos a cara de perro entre director y estudio tratando cada cual de imponer sus decisiones) y de la brillante idea de acometer el estreno al mismo tiempo que Aliens, que estaba arrasando en taquilla.
Kim Catrall a Kurt Russell tras ver las recaudaciones de la película: «Estamos jodidos, chato».
Mas allá de cualquier excusa que Carpenter pueda poner justificada o no, lo cierto es que Big Trouble in Little China (el título original avisa mucho mejor del aire cachondo y desenfadado que preside el filme) dista de ser redonda, pero ha envejecido mejor de lo que cabría esperar en un producto como este, muy de su época. Su estética cien por ciento ochentera (¡esos neones!) hacen que caiga simpático. Se nota que los productores inyectaron pasta a saco especialmente en decorados, que son excelentes, y a Kurt Russell se le ve muy a gusto en su papel de antihéroe chulesco y algo tontaina («un bobo que se cree el jefe de la manada», en palabras de John Carpenter) enfrentado a una cuadrilla de adversarios antes carismáticos que realmente temibles, con el célebre Lo Pan a la cabeza. Con todas sus simplezas y tonterías, al final la película resulta muy disfrutable, que es lo que en definitiva cuenta, y por eso funciona como lo que de verdad es: un entretenimiento hueco e insustancial pero muy divertido, perfecto para ver cómodamente repanchigado en el sofá de casa con el cerebro tirado por ahí.
Resultado: Aplausos, aunque sea a destiempo. Más vale llegar tarde que no llegar.