La película más personal de Francis Ford Coppola, o al menos la más personal que realizó durante sus años de gloria. Pese a ganar la Palma de Oro y ser nominada al Óscar a la Mejor película, al estar encajonada entre los dos primeros Padrinos quedó sumida en el olvido durante décadas, y solo la reivindicación de directores como David Fincher, que la tiene entre sus favoritas de siempre, la ha hecho ganar adeptos más recientemente.
Lo cierto es que La conversación jamás habría existido sin aquellas legendarias películas «de mafiosos», cuyo éxito convirtió a Coppola en uno de los hombres más influyentes y poderosos de Hollywood durante unos años, los setenta del pasado siglo XX, en que los directores / productores como él gozaron de una posición que jamás habían alcanzado antes en la industria. Gracias a ella, Francis podía imponer su criterio a los grandes estudios incluso obligándoles a exhibir una película auspiciada por él, como fue el caso de American Grafitti; y fue gracias a ella que obtuvo el visto bueno, sin objeciones, para rodar y distribuir vía Paramount una historia tan poco convencional y anticomercial como la de La conversacion. Un filme intimista y casi sin acción pese a lo que uno pueda creer tras leer cualquier sinopsis. Harry Caul es un detective privado, experto en realizar escuchas, al que un misterioso individuo contrata para grabar la conversación de una pareja mientas pasea en un parque. Como cabe esperar, esa conversación en apariencia intrascendente esconde mucho más.
Visto así parece que estemos ante un remedo de Misión imposible, pero nada más lejos: La conversación se centra esencialmente en retratar al protagonista, un hombre neurótico, asocial y paranoide que, siendo consciente de lo que puede hacer para espiar a los demás, vive obsesionado con proteger su intimidad poniendo todos los medios a su alcance para evitar que le espíen a él, incluso negando a sus ocasionales ligues información básica sobre su vida. Parcialmente inspirada por las vicisitudes del caso Watergate, pero sobre todo por Blow Up del gafapastoso Michelangelo Antonioni, quienes esperen un thriller de suspense o «una de accion» al uso se sentirán decepcionados.
Por el contrario, quienes estén dispuestos a recibir una lección magistral de cine se encontrarán a sus anchas desde la secuencia introductoria, un largo plano iniciado a gran altura que va descendiendo hasta enfocar entre la multitud directamente al cabeza de cartel, un espléndido Gene Hackman que ofrece una interpretación sobria y contenida, perfectamente adaptada a la idiosincrasia del filme. Él acapara casi todo el protagonismo junto al gran John Cazale, que interpreta a su principal colaborador y «confidente» (dicho así, entre comillas), si bien queda relegado a un papel mucho más secundario en comparación. Papel que es casi testimonial para los demás miembros del reparto, entre quienes destacan Robert Duvall (otro habitual de Coppola en aquellos tiempos) y Harrison Ford, que aún no tenía claro si abandonar definitivamente la carpintería para dedicarse a la actuación.
Lejos aún de poder exigir un salario de ocho cifras, Harrison cobró en tablones de madera.
Pese a su carácter poco comercial y a un rodaje algo difícil, marcado por un Coppola que sumó a las peculiaridades de su temperamento un ego disparado a la estratosfera, La conversación no sólo fue bien recibida por la crítica. El público, entonces menos «generación mejor formada» que en la actualidad, también respondió e hizo que la película recaudase el cuádruple de lo que había costado sólo en Estados Unidos. Por detalles como este, además de por todo lo mencionado hasta ahora, vale la pena reservar dos horas para verla. La conversación es una maravilla desde el punto de vista formal, digna del gran maestro que fue una vez su director. Un ejercicio de estilismo cinematográfico como hace tiempo que ya no se ven. Pero ojo, insisto en que no es una cinta comercial al uso: William Friedkin, entonces asociado a Peter Bogdanovich y al mismo Francis Coppola en la Director´s Company (empresa amparada por Paramount con la que perseguían «reinventar el cine» y que acabó como el rosario de la aurora poco después), dijo de ella que era «como ver crecer el pelo», en palabras textuales.
Resultado: aplausos, pero con las debidas reservas según quien la vea.