De entre todas las corrientes socio-culturales surgidas durante los convulsos años 70 del siglo XX, tal vez sea el punk la que más llame la atención al estudiar esa época de la historia. Nunca antes la juventud había canalizado de semejante forma el odio y el desencanto hacia una sociedad cada vez más alejada de sus ideales. La música punk se erigió en la forma de expresión de buena parte de esa masa juvenil harta de sentirse ninguneada; un rabioso grito de protesta del que, sin lugar a dudas, el máximo exponente a nivel mundial fueron los Sex Pistols.

Compuesta por cuatro conflictivos jóvenes de barrio obrero londinense, la banda se fundó gracias al avispado instinto del dueño de una tienda de ropa fetichista llamada “Sex”, Malcolm Mclaren, quien supo atisbar como nadie las posibilidades de negocio que tenía el filón del punk. La jugada le salió virtualmente redonda, aun a pesar de los desastres en que se vio envuelto el grupo durante su corta pero fulminante existencia. Una existencia que dejó huella indeleble y que fue referente para decenas de grupos y músicos que vendrían después.

Nada como un buen reclamo para vender como churros.

Uno de los múltiples productos auspiciados por Mclaren para sacar pasta del fenómeno Sex Pistols fue la película The great rock ´n´ roll swindle (La gran estafa del rock and roll), estrenada en 1980 poco después de la disolución de la banda en medio de un caos total. Ni el director, Julien Temple, ni los componentes del grupo quedaron muy satisfechos de la experiencia ni del resultado obtenido, así que años después Temple ofreció (a sí mismo y a los Sex Pistols) una oportunidad de redención en la forma de un documental que honrase decentemente al grupo y a su época, contando los hechos que tuvieron que ver con ellos desde una perspectiva sincera y directa, sin manipulaciones de ningún tipo. Temple se encerró en una sala de montaje con todo el material sobre los Pistols que pudo encontrar, y con eso y con una serie de entrevistas realizadas a los miembros de la banda pergeñó La mugre y la furia.

Este documental hace un recorrido de cien minutos de duración a través de la que, a mi juicio, es una de las biografías más interesantes en la historia reciente de la música, abarcando desde los tiempos de Swankers (formación inmediatamente previa a los Pistols que ya integraba a tres de sus miembros) hasta la desintegración de Sex Pistols en 1978, tras una desastrosa gira por Estados Unidos que culminaría poco después con la muerte por sobredosis de Sid Vicious. El objetivo que busca la película es contar la verdad sobre el grupo que abanderó a la movida punk a finales de los setenta, intentando desmontar las bulos y los mitos surgidos en torno a ellos.

Ese es posiblemente su mejor logro: desmitificar a una banda y a unos personajes que, lejos de pretender la destrucción total del sistema, más bien solo buscaban pasárselo en grande haciendo el ganso sobre un escenario, ganando de paso algún dinero aunque no tuviesen ni puta idea de tocar. Con respecto al lado más escabroso y escandaloso de los Pistols, Temple trata de huir del sensacionalismo intentando hacer un análisis riguroso de cada hecho, para lo que utiliza como base las citadas declaraciones de los cuatro supervivientes de la banda, incluyendo también una entrevista realizada a Sid Vicious un año antes de su muerte. El director se posiciona claramente a favor del grupo para según qué cosas, como por ejemplo su difícil trato con Malcolm Mclaren (pisoteado sin piedad aquí), o la relación de Vicious con Nancy Spungen, a la que se acusa poco menos que de ser la culpable de la muerte del bajista.

El concepto «relación autodestructiva» descrito en una sola imagen.

Julien Temple también acierta con el enfoque dado al guión y al montaje (bastante alocado pero efectivo), interpretando que quien vea la película no tiene porqué ser un profundo conocedor de la historia que relata. Inserta retazos de la cotidianidad británica de la época en forma de anuncios de televisión, pedazos de noticiarios, o programas de éxito de ese momento (como El show de Benny Hill) mediante los cuales introduce al espectador en una especie de “túnel del tiempo” y le explica las causas que desembocaron en el advenimiento del punk y, consecuentemente, de los mismos Pistols. Para evitar posibles desviaciones en su propósito, el realizador elude mostrar imágenes actuales de los miembros del grupo (en los fragmentos de las entrevistas en que aparecen se les ve siempre a contraluz). De la misma manera, tampoco se hace referencia a ningún momento posterior a la ruptura de la banda y la muerte de Vicious en 1979.

La mugre y la furia es tanto más recomendable cuanto más fan de los Sex Pistols se sea, aunque si no se es tampoco importa mucho. La película se deja ver y tiene algunos momentos muy divertidos, como el impagable relato de Steve Jones sobre cómo se agenciaba instrumentos decentes para sus compañeros o la entrevista de Bill Grundy en TV. En todo caso, se trata de una gran oportunidad para conocer de primera mano la tormentosa y seductora semblanza de uno de los grupos más polémicos, irreverentes y anárquicos, clave para comprender la evolución de la música en la última mitad del siglo XX.

Resultado: Entre escupitajo y botellazo, aplausazo.

Ficha en la IMDB.

(Este artículo fue publicado inicialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET y se reedita con el permiso de su webmaster).

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