En los años 70 el recuerdo de la II Guerra Mundial aún permanecía muy vivo en la memoria popular. Tras la caída del Tercer Reich, numerosos criminales nazis se encontraban en paradero desconocido y se les suponía llevando una vida oculta, agazapados entre nosotros cual hombre del saco a la espera de cualquier oportunidad para asestarte un nuevo zarpazo, sobre todo si eras judío. El el escritor y guionista William Goldman canalizó aquel sentir común para dar forma a una novela cuyos derechos para el cine serían adquiridos por el productor Robert Evans, dando origen a una de las películas capitales de la década.
Se podrían destacar muchas cosas de Marathon Man, pero si algo sobresale especialmente es la presencia de un verdadero dios: Laurence Olivier. A día de hoy muchos le siguen venerando como el mejor actor británico que jamás haya pisado un escenario teatral, y no son pocos los que elevan esta afirmación hasta los platós de cine. Pero cuando aceptó participar en la película, Olivier llevaba varios años sin apenas poder trabajar: gravemente enfermo de cáncer, de gota, padeciendo mil achaques más, el hombre apenas podía tenerse en pie, y pocos creían que llegaría a terminar el rodaje con vida, hasta el punto que ninguna aseguradora quiso firmarle una póliza para cubrir posibles riesgos durante la filmación.
Sin embargo, el legendario actor sorprendió a todos por su entereza tirando de casta, de coraje y de estoicismo para sobreponerse a los males que le acosaban, logrando una interpretación más que notable en un papel que le había gustado mucho cuando se lo ofrecieron. Marathon Man fue como un bálsamo para él y el cáncer, la gota y sus múltiples achaques remitieron. Acabó viviendo hasta 1989, apareciendo hasta entonces en muchas otras películas.
Mi dentista favorito.
Mucho se ha hablado de la relación de Laurence Olivier con el protagonista, un Dustin Hoffman ya por entonces consagrado como estrella y con fama de ser uno de los mejores actores americanos de su generación. A través de los años se han difundido múltiples rumores y anécdotas sobre la supuesta rivalidad que surgió entre ellos durante el rodaje de la película. Aunque es cierto que Olivier solía meterse con Hoffman por sus particulares métodos para lograr una interpretación convincente (ejemplo: colocarse una piedra en el zapato para simular cojera en Cowboy de medianoche), la realidad es que el actor británico lo hacía más que nada por cachondeo, pues acto seguido él mismo se partía de risa recordando cómo, siendo joven, se jugaba el pellejo a diario para dar más verosimilitud a sus interpretaciones de Shakespeare en el teatro.
La relación entre ambos llegó a ser muy estrecha, hasta el punto de que, en alguna entrevista, el bueno de Dustin ha llegado a emocionarse recordando sus vivencias junto al mítico actor inglés, cosa que sorprende en una persona al que las malas lenguas acusan de tener un carácter pelín podrido. Mención aparte se merece Marthe Keller, quien demostró que Toshiro Mifune no era la única persona capaz de aprenderse fonéticamente un guión: la actriz, de origen suizo, no tenía ni puñetera idea de inglés cuando llegó al set de rodaje, y recita sus frases vocalizando de memoria, sin comprender qué es lo que está diciendo en ningún momento. Y no lo hace nada mal.
«Chínchate, so viejo».
Vale la pena dedicar parte de nuestro tiempo libre para visionar Marathon Man, una cinta relativamente pequeña que supo ganarse un hueco entre el maremagnum de superproducciones que se estilaban por aquel entonces en Hollywood, inmerso en un momento decisivo de su historia (un año antes del estreno se había estrenado Tiburón, y uno después lo haría La Guerra de las Galaxias), y que de hecho han empequeñecido el éxito que tuvo en su momento, relegándola casi al olvido. Un buen guión, sorprendente y con escenas memorables como las del duelo entre el judío “Babe” Levy y el despiadado torturador nazi Szell, un reparto de campanillas y todo aglutinado por un director que supo sacarle partido a lo que tenía entre manos, no puede dar como resultado otra cosa que no sea una buena película. Y Marathon Man lo es.
Resultado: aplausos, con invitación incluida para una ortodoncia.
Este artículo fue publicado inicialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET y se reedita con el permiso de su webmaster).