Documental de la BBC sobre la última etapa de esplendor de Hollywood, que acto seguido caería en una espiral decadente que durante los años siguientes solo se invertiría de forma puntual hasta llegar, por fin, a este siglo, con la antaño Meca del cine metida en una profunda sima de la que, casi seguro, ya no saldrá jamás. Porque como entretenimiento, e incluso como arte, el cine se ha visto desplazado por nuevas formas de ocio como los videojuegos. Solo en ciertos países como China continúa siendo un negocio verdaderamente rentable; un asunto sobre el ya comenté algo cuando le dediqué espacio al estreno de Keanu Reeves como director.

No es la primera vez (ni será la última) que menciono en esta web al Nuevo Hollywood, un movimiento que con los años ha adquirido tintes legendarios sobre todo teniendo en cuenta lo que vendría después de él. Al final de los años sesenta del siglo pasado, Hollywood se enfrentaba a una crisis parecida a la actual, con la televisión robándole un público que ya estaba harto del cine-espectáculo típico de entonces y al que la caja tonta le bastaba y sobraba. Al contrario que hoy, en vez de seguir explotando una vía agotada aumentando la dosis de espectáculo hueco y sin sentido, quienes sustituyeron a las momias que hasta entonces habían controlado los grandes estudios, jóvenes conscientes del grave problema que tenían entre manos, decidieron darle una oportunidad a una nueva generación de directores y guionistas influenciados por el cine europeo y su talante libertario. Su idea era atraer a la nueva estirpe de espectadores que estaba surgiendo al calor de corrientes contraculturales como el hippismo, iconoclastas y opuestas al orden establecido, que anteponían el realismo social al mero show circense.

En resumen, cine de más calidad destinado a espectadores más adultos y con mayor inquietud intelectual, que son los que a la larga dejan más dinero en las salas. Como ocurre casi siempre, las mejores soluciones a cualquier dilema son aquellas que, por obvias, pasan totalmente desapercibidas, y este caso no sería la excepción. El problema llegó cuando los directores, creyéndose dioses, propiciaron una serie de fracasos que abrieron las puertas del cine a una nueva casta de dirigentes, más centrados en obtener beneficios monetarios a toda costa que en hacer buenas películas. La progresiva infantilización cultural que tuvo lugar a partir de la era Reagan y su «revolución conservadora» hizo el resto.

Basado en el aclamado (y extraordinario) libro de Peter Biskind, del cual toma prestado el título, Moteros tranquilos, toros salvajes es un documental brillante que resulta perfecto como introducción para quienes más adelante deseen encarar la lectura del texto de Biskind, obviamente más detallista en su narrativa pero, con todo, mucho más recomendable no sólo por lo que Biskind cuenta en él, sino por cómo lo cuenta gracias a su pluma certera y afilada, retratando sin cortapisas unos personajes y un mundo digamos «peculiares».

Centrándonos en el documental, éste explica con sencillez el intríngulis de un fenómeno excepcional, irrepetible no ya porque la muerte del cine es un hecho se pongan como se pongan quienes dicen defenderlo (en realidad sus enemigos, porque los verdaderos enemigos del cine están dentro de él). El creciente conservadurismo de la sociedad imposibilita cualquier movimiento transgresor a semejanza de aquel. A ello se unen los corsés impuestos a una industria cinematográfica que es más industria que nunca merced a los mercachifles que la controlan con mano de hierro, donde una película que no alcanza el número uno de la taquilla en su primer fin de semana es un fracaso. Personajes inconformistas y con talento como Warren Beatty, Peter Bogdanovich, Billy Friedkin o Francis Coppola fueron aplastados sin contemplaciones por ese gigante intangible tan de moda hoy, al que se denomina genéricamente como «los mercados», y sustituidos como engranajes defectuosos por otros más apropiados a los nuevos intereses.

Moteros tranquilos, toros salvajes relata la apasionante historia de un sueño que acabó en pesadilla. Siendo francos, no podía acabar de otro modo dadas las circunstancias políticas, económicas y sociales que lo fueron rodeando en el transcurso de su existencia, sellando con su final el destino de lo que una vez fue conocido como «séptimo arte». Para tener una idea sobre la dimensión del cataclismo basta pensar en películas como Bonnie & Clyde, los Padrinos, Chinatown, Nashville, Apocalypse Now, Luna de Papel o El cazador (entre otras muchas), y en cómo fueron sustituidas tras el cambio de década por Rambos, Amaneceres rojos, slashers del tres al cuarto y tontunas subnormaloides con efectos especiales en vez de guión. Una vez los contables pusieron orden y expulsaron del redil a los díscolos, la suerte estaba echada.

Resultado: aplauso estruendoso.

Ficha en la IMDB.

El productor Robert Evans sobre su exmujer, Ali MacGraw: «Me miraba a mí y pensaba en la polla de Steve McQueen». ¿De verdad alguien quiere perderse esto?

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