Hubo un tiempo en que Oliver Stone fue uno de los realizadores más conocidos en el panorama del cine comercial americano, pero de aquello hace ya demasiado tiempo. A principios de los 80, Stone había ganado cierto prestigio como guionista y director con fama de contestatario, como buen “izquierdista” procedente de familia con pelas (su padre era un próspero agente de bolsa). Hasta que en 1986 dio el pelotazo con Platoon, un inmenso éxito de crítica y público que le valió cuatro Oscar y dio pie a una oleada de películas sobre la Guerra del Vietnam. Para su siguiente trabajo, el cineasta decidió atacar sin piedad uno de los pilares básicos del reaccionario reaganismo que campaba por su respetos en la América de entonces, mostrando las miserias de un sistema que medía a los hombres por el tamaño de su cartera, y que habilitaba para cometer todo tipo de tropelías contra la sociedad con tal de amasar una fortuna. Stanley Weiser y el propio Oliver Stone pergeñaron una absorbente historia sobre un joven e ingenuo broker que, en su ambición por trepar a la cima lo más rápidamente posible, cae en las garras de un despiadado especulador bursátil más preocupado por amasar dinero a espuertas (“el dinero no duerme”) que por una persona (“si quieres un amigo te compras un perro”, llega a decir).
Para Wall Street, el realizador neoyorkino pudo contar con un reparto de campanillas, cuajado de estrellas y de caras conocidas del cine de aquellos años. Para el papel protagonista volvió a contar con su “fetiche” de Platoon, Charlie Sheen, que pidió que el papel de su padre fuese interpretado por su propio padre en la vida real: Martin Sheen. A estos nombres hay que unir los de gente como Hal Holbrook, Terence Stamp, James Karen, Sean Young y Daryl Hannah. Pero por encima de todos ellos destaca, sin lugar a dudas, un Michael Douglas que lo borda dando vida al amoral y despiadado Gordon Gecko. Con este papel Douglas logró una de las mejores interpretaciones de su carrera, siendo recompensada con un merecido Oscar. Con su tono de voz grave y potente, como el bramido de un monstruo que acecha desde su cueva (en este caso su enorme despacho) y su continua exhibición de poder, Tito Douglas impone respeto desde el primer segundo que sale en escena. Se come la pantalla, y su presencia eclipsa sin remisión al resto de personajes. Solo por disfrutarlo merece la pena ver la cinta en V.O., aunque el doblaje al castellano sea bastante decente (y ahora lapidadme por romper una lanza a favor de las pelis dobladas, venga).
Por lo demás la película no está nada mal, suponiendo una demoledora diatriba contra el ultraliberalismo económico que beneficia y perjudica a los de siempre, aunque el amago de happy end está cogido con pinzas, resultando completamente inverosímil. La banda sonora del ex Police Stewart Copeland, aunque evocadora, resulta totalmente inadecuada y falla estrepitosamente a la hora de imbuir al espectador la sensación de stress y dinamismo propia del mundo que retrata la acción. No es de extrañar que su autor lleve años viviendo de series de TV y bodrietes de serie B.
Wall Street pertenece a un tipo de cine que se echa de menos en las carteleras comerciales de hoy, más vendidas que nunca al vil metal y sin otro objetivo que encandilar la única neurona de miles de zombies aborregados. Hoy sería virtualmente inconcebible encontrarse una película comercial americana donde se soltasen “perlas” y lindezas como las contenidas en los espeluznantes monólogos de Gordon Gecko. Espeluznantes porque muestran a las claras el tipo de sociedad en la que vivimos (lo escribo en presente porque el argumento del filme sigue siendo terriblemente actual) y porque dejan entrever que las cosas irán a peor con el paso del tiempo, que de hecho es lo que está ocurriendo. De Oliver Stone no digo nada. Simplemente empiezo a sospechar que, tal y como se dijo en su día de Paul McCartney, se mató en algún tipo de accidente (o asesinado por la CIA, quién sabe) y fue sustituido por un doble de aspecto y voz muy parecidos al original. El problema es que quien lo hizo no se preocupó de que tuviese el mismo talento, pero eso sí: este parece mucho más condescendiente con el poder…
Resultado: aplausos, arrojando billetes de dólar al reparto.
Este artículo fue publicado inicialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET y se reedita con el permiso de su webmaster).