Jamás he ocultado mi ciega admiración hacia Akira Kurosawa. Considerado como “el más occidental de los directores de cine japoneses” y habiendo sido un referente para cineastas de la talla de Sam Pekimpah o Sergio Leone, estoy convencido de que si este hombre hubiese nacido en Nueva York en lugar de en Tokio, hoy en día sería objeto de continua adoración como lo son Welles, Wilder o Ford. Ran pertenece a la llamada “etapa crepuscular” de Kurosawa, y se trata de uno de los largometrajes más injustamente olvidados de su trayectoria. Mientras que los fans del genio prefieren decantarse por sus películas clásicas como Rashomon o Los Siete Samurais, otros prefieren recordar cintas como Kagemusha o los Sueños más que nada porque fueron producidas por Lucas y Spielberg respectivamente. Ran apenas ha sido emitida por TV desde su estreno en 1985, y hasta hace poco había que recurrir al mercado de importación para conseguir el DVD de la película, pues eran muy pocos los países donde se comercializaba de manera oficial.
Los años 70 fueron muy difíciles para Kurosawa. Habiendo quedado atrás sus mejores años como cineasta, fue despedido del rodaje de Tora Tora Tora! (que iba a codirigir) por protestar reiteradamente contra una película que consideraba “maniquea e insultante” para el pueblo japonés. Con las puertas Hollywood cerradas a causa de aquello, arruinado por el estrepitoso fiasco de Dô desu ka den, y no habiendo nadie en su país dispuesto a financiarle un nuevo proyecto, el director cayó en una profunda depresión que le llevó a intentar suicidarse, salvando la vida en el último momento. Sin embargo tuvo que marcharse nada menos que a la URSS para encontrar trabajo. El resultado sería la más que notable Dersu Uzala.
Kurosawa soñaba con hacer Ran desde mediados de la década, pero tuvo que esperar cerca de ocho años hasta que el gerifalte de Canal+ y productor habitual de Buñuel, Serge Silberman, puso el dinero necesario para completar los 12 millones de dólares que costaría la película. Durante parte de ese tiempo, el realizador japonés se ocupó en dibujarla literalmente en un storyboard que hoy es considerado una verdadera obra de arte, habiendo sido expuesto en salas y galerías de todo el mundo. Una vez lograron reunir el dinero, Kurosawa y su equipo de producción sacaron partido hasta del último centavo. Viendo la película y conociendo detalles como que los 1.400 trajes que llevan actores y extras están TODOS hechos a mano (su confección llevó dos años a decenas de expertos), parece mentira que costase tan poco dinero. Para hacerse una idea de los costes, baste decir que Steven Spielberg rodó E.T. en 1982 concibiéndola como “una fantasía de bajo presupuesto” y se gastó 10 millones de dólares.
Uno de los impresionantes dibujos de Kurosawa para el storyboard de Ran.
Basada en la tragedia shakesperiana El Rey Lear, Kurosawa concibió Ran (en japonés Caos) como una obra de teatro filmada, y esa es la impresión que uno tiene al ver la cinta ante el (magistral) uso de la cámara fija y la ausencia casi total de primeros planos. El cineasta nipón demostró que seguía siendo un genio del cine a pesar de encontrarse casi al final de su carrera. De la perfección de su trabajo nos podemos dar cuenta viendo la sección de gazapos en la ficha de la peli que se encuentra en IMDB y comparar yendo acto seguido al mismo apartado en la ficha de, por ejemplo, Memorias de África (ganadora de 7 Oscar en ese año de 1985).
Técnica y visualmente la película raya en ocasiones lo divino. Aquellos que consideren las cacareadas batallas de Braveheart el culmen de ese tipo de secuencias en una película, deberían ver la del asalto al castillo de Hidetora Ichimonji en Ran donde la sangre, la violencia y la tragedia adquieren los tintes más bellamente sobrecogedores que se recuerdan, acentuados por la total ausencia de sonido a excepción de la minimalista partitura de Tôru Takemitsu. Ver para creer.
Pese a todo Ran tampoco es perfecta ni mucho menos. Adolece de un metraje excesivo que produce un alargamiento innecesario de la segunda mitad de la película, precisamente tras la huida del anciano señor feudal de su castillo en llamas. La acción se centra demasiado en sus andanzas vagando junto a su fiel bufón por las agrestes planicies japonesas, y el desalmado Lord Ichimonji queda como un vulgar payaso a causa de los excesos gestuales del veterano Tatsuya Nakadai y el más que cantoso maquillaje que le plantaron para aparentar los 73 “tacos” del personaje. Los detractores de la película afirman también que se parece demasiado a Kagemusha; pero Scorsesse hizo Casino poco después de rodar Uno de los nuestros (que es virtualmente igual) y nadie se queja tanto.
Hidetora ve marcianos.
La fascinante aventura de Ran, el último gran largo épico de Akira Kurosawa, se saldó para él con el aplauso de la crítica y un raspado éxito de taquilla que no cubrió las expectativas creadas. Como comentó un amigo mío hace tiempo, al final de su carrera Kurosawa recordaba a Woody Allen: todos le tenían por un genio pero nadie acudía al cine a ver sus películas. Pese a quedar como un filme «menor” del mítico director, Ran está plagada de detalles que la colocan por encima de muchas pretendidas obras maestras de los 80 llegadas de Hollywood. Y es que, tal y como se suele decir de Stanley Kubrick, incluso lo peor de Kurosawa es infinitamente mejor que lo mejor de muchos otros directores.
Resultado: aplausos, como no podía ser de otro modo.
(Este artículo fue publicado inicialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET y se reedita con el permiso de su webmaster).