Biopic sobre el nacimiento, auge y caída de N.W.A., acrónimo en inglés de Negros Con Actitud; un nombre a todas luces ridículo, pero tras el que se esconde la banda que sacó el gansta rap de los ghettos más chungos de América para convertirlo en fenómeno de masas y azote de la sociedad conservadora blanca que controlaba (y controla) el país, la cual llegó a creer que el Armaggedon se presentaría en forma de una turba de pestilentes negros dispuesta a asaltar sus mansiones para violar a toda la familia, mascotas incluidas, comerse a los niños y finalmente llevarse la tele.
Straight Outta Compton adolece de los mismos defectos que lastran estas películas cuando los retratados en ellas meten la zarpa más de lo deseable. Aquí exmiembros del grupo entre los que figuran Ice Cube y Dr. Dre ejercen como productores junto a la viuda de otro miembro, y el prota es hijo del mismo Ice Cube. El resultado es poco menos que una hagiografía sobre cinco chicos que sí, tenían sus cosas y de vez en cuando podían ser un poco gamberros, pero no por ello dejaban de ser buenos muchachos y mejores amigos pese a algún desencuentro por un quítame allá esos millones de dólares que luego, en realidad, no era para tanto porque al final lo que prevalece es la amistad y eso. Un grupo de firmes creyentes en el ideal americano que hace realidad los sueños de quienes los persiguen con ahínco, aunque te cagues en la gentuza que acabará por hacerte multimillonario.
Dr. Dre, el primer billonario negro de América tras endosarle a Apple su empresa de auriculares. «En realidad son una mierda. Lo hice para mofarme de esos gilipollas blancos».
Dirigida de manera rutinaria, sin pasión alguna, por un lacayo de los productores que ya había trabajado con anterioridad para Ice Cube, Straight Outta Compton resulta decepcionante y demasiado larga para lo poco que en realidad cuenta. Una lastima a tenor del material disponible, del que solo se aprovecha a fondo una banda sonora en la que por supuesto no falta la celebérrima Fuck Tha Police. Es lo más destacable junto a la presencia de Paul Giamatti, que repite el papel que interpretase un año antes en otro biopic de músicos: el de Brian Wilson. Con todo, la peor sensación que deja esta película, al igual que otras semejantes estrenadas durante lo que llevamos de siglo como Ray o En la cuerda floja, es el convencimiento de que los tiempos en que se podía filmar un biopic sin importar lo mal que pudiese caer, atrevido y políticamente incorrecto, han quedado definitivamente atrás.
Resultado: «Nos hemos gastado dos perras en esta mierda y a cambio vosotros nos habéis hecho ganar millones. Gracias por todo, cretinos».