Biografía dramatizada de producción franco-holandesa sobre Benedetta Carlini (1591–1661), que ingresó en un convento a los nueve años de edad por mediación de sus acaudalados padres tras pagar una sustanciosa dote. Porque así era la sociedad europea de aquella época, una de las más oscuras que ha vivido la Humanidad en toda su historia: eran tales los niveles de pobreza y desigualdad (a todos los niveles, no sólo económicos) que las únicas opciones para muchos de comer a diario y/ o llevar una vida más o menos digna pasaban por ingresar en el Ejército o la Iglesia. Mejor lo último, por descontado; pero era tal la cantidad de solicitudes que muchas instituciones religiosas imponían un estipendio para aceptar a un candidato sobre el resto.
Inicialmente, el director Paul Verhoeven había pensando en el gran Jean Claude Carriere para que escribiese el guión de la película partiendo de un texto de su puño y letra, pero el hombre se sentía ya demasiado mayor para meterse en tamaña faena y Verhoeven echó mano al plan B, consistente en contratar a David Birke, (guionista de su anterior película Elle) para que adaptase «a su albedrío» un libro publicado en 1986 por la escritora y experta en historia medieval y renacentista italiana Judith Brown, en el que descubrió al público uno de los primeros casos documentados de lesbianismo en Europa Occidental.
Asociar el nombre del realizador holandés con el sexo (en este caso lésbico) casi bastaría para describir Benedetta en toda su extensión: la de una película que es puro Verhoeven de principio a fin. En cierta manera podría interpretarse como un regreso del director al universo de Los señores del acero cambiando a Rutger Hauer por alguien esencialmente idéntico a él, pero en forma de mujer y para colmo monja y lesbiana.
Benedetta Carlini aparece retratada como una caradura de moral bastante laxa, y no sólo en lo sexual: inteligente, astuta y bastante ilustrada para lo que era normal entonces (su padre la había enseñado a leer y escribir, algo excepcional incluso para alguien de su alcurnia), Benedetta logra convencer a todo el mundo de que es una santa y lo usa para asegurar su posición en el convento, hasta que finalmente logra desplazar de su puesto a la madre superiora y lo aprovecha para llevar una vida de privilegios, entre los que figura una habitación privada donde puede montárselo a gusto con su joven amante, una novicia sexualmente mucho más experimentada que ella.
Todo eso le acabará trayendo consecuencias en el contexto de una sociedad farisea, miserable y abyecta, en la que el clero y su obscurantismo atávico se llevan la palma y que Verhoeven, con su habilidad, gamberrismo y mala leche habituales, no se corta un pelo en retratar. Como tampoco se corta a la hora de mostrar escenas de sexo muy subidas de tono que incluyen cosas como una penetración con un consolador de madera tallado a partir de una figurita de la virgen María, razón por la cual Benedetta fue prohibida sin contemplaciones en países como Rusia donde, recordemos, el ejercicio libre de la homosexualidad y el feminismo pueden llevarte a la cárcel. En países como España eso no ocurre de momento, pero denle tiempo, que todo se andará.
Algún milennial iletrado con afición por el reggaetón (pero con su máster de rigor nombrado en inglés, por supuesto) dirá que Verhoeven, con más de 80 años cuando estrenó el filme en Cannes, sólo es un viejo verde con ganas de provocar. Pero es que dejando a un lado su etapa rodando cortos para la Marina holandesa, en la que estuvo enrolado de joven, el tío siempre ha sido así de provocador y tocapelotas porque, tal como ha manifestado en alguna ocasión tras marcharse de Hollywood para regresar a Europa, harto hasta los cojones de su repugnante censura, ser «políticamente correcto» y autocensurarse con tal de evitar follones, es letal de necesidad para la cultura y especialmente para el cine, influido a lo largo de esta mierda de siglo XXI por una espiral de puritanismo nefasta sin importar la ideología que lo impulse.
Sólo por esto y por las calificaciones de «blasfema» y «sensacionalista» vertidas desde ciertos sectores, ya merece la pena revindicar Benedetta aunque ni siquiera te guste. Que a propósito no ha sido mi caso, y no porque en ella se hayan incluido escenas de sexo lésbico entre dos monjas que resultan estar bastante buenorras cuando se despojan del hábito para echar un casquete (¡feminazis, mátenme!). Tal como hemos comentado a lo largo del texto, bajo esa capa de presunta provocación gratuita que en realidad esconde una sincera historia de amor prohibido, la película refleja sin contemplaciones una era de oscurantismo y miseria como pocas se han visto, muy influida por epidemias de peste y otras enfermedades así como por la catastrófica Guerra de los Treinta Años, una epidemia en sí misma que asoló toda Europa. Tanto la protagonista Virginie Efira como su «jefa» en el convento Charlotte Rampling están magníficas en sus respectivos papeles, y la película está muy bien rodada y ambientada, en parte gracias a la música de Anne Dudley. Sólo por su valentía, inusual en los tiempos que corren, Benedetta ya se merece un aplauso.
Resultado: pues eso, aplausos.