Hagiografía áulica del cantante Farrokh Bulsara, más conocido gracias al nombre por el que se convertiría en leyenda: Freddie Mercury. Comenzando desde sus inicios como sustituto accidental del cantante de lo que más tarde llegaría a ser Queen, Bohemian Rhapsody narra la vida, obra y milagros de un chaval de origen hindú al que todos confundían con un «paki» (mote usado por los ingleses para referirse despectivamente a los inmigrantes de Pakistán), y de cómo se abre camino con paso firme hasta la cima del mundo pese a sus taras físicas y la oposición general. Desde su padre, que le considera un diletante al que la melena no le deja pensar con claridad, hasta la atolondrada industria musical, que pérfidamente se burla de la afición de Mercury por la ópera cristalizada en la canción que da título a esta película (en realidad fruto de unir tres canciones inacabadas), recibida al principio con divisiones entre la crítica y el desconcierto del público.
Un fiasco relativo que desde luego no frena el irresistible ascenso de Queen hasta el que muchos consideran su momento más glorioso: la actuación ofrecida en el marco del Live Aid, el macroconcierto organizado por el jeta de Bob Geldof con la supuesta intención de paliar el hambre en África. En ese momento la continuidad de la banda estaba en el alero e incluso Mercury había intentado volar por su cuenta grabando un par de discos en solitario junto a Giorgio Moroder y su bigotón; pero veinte minutos memorables apoyados en el enorme carisma de Freddie les bastaron y sobraron para meterse al público en el bolsillo, eclipsando a la numerosa delegación de artistas que buscaba desgravar impuestos haciendo acto de presencia en aquel sarao. Desde el mismo instante en que Freddie y los suyos se iban de vuelta al backstage todos quedaron relegados a un plano secundario, cuando no directamente terciario. Si el Live Aid ha pasado a la historia de la música fue gracias a Queen.
Unos años después, Los Simpsons abofetearon merecidamente a Bob Geldof con una parodia salvaje. A él y a elementos como él.
Los dos párrafos anteriores compendian a la perfección lo que es Bohemian Rhapsody y cuáles son sus intenciones, básicamente idénticas a las de todos los biopics (musicales o no) de factura reciente, alguno de los cuales ya he comentado en esta misma web. Como ejemplo, lo que escribí en su día para Straight Outta Copton podría valer para Bohemian Rhapsody casi palabra por palabra, en lo que se traduce como una sinopsis tan estandarizada que casi alcanza el nivel de cliché. Un cliché resumido de forma muy cachonda por la actriz española Cris Puertas, que lo describió así en su página de Facebook:
1. Soy un don nadie pero tengo fe en mí.
2.Lo peto.
3. Me drogo (pero no se ve mucho, que es cine familiar).
4. Gano más perres que los del Fórum.
5. Fornico por ahí (no muy bien, que me drogo mucho).
6. Tengo una tos muy rara. Voy a morir solo.
7. Al final muero, pero no tan solo: me ha llamado mi madre, mi prima la del pueblo y una novia que tuve en el instituto. Además el público me quiere. Todo ha merecido la pena. Vaya viaje.
Fin.
Con todo, hay que ser justos: había leído reseñas tan furibundas contra la película que, cuando me dispuse por fin a verla, esperaba encontrarme con una puta mierda. Y fue quizás por eso por lo que Bohemian Rhapsody no me pareció tan rematadamente mala como imaginaba, aunque tampoco sea, desde luego, una maravilla. No olvidemos que estamos ante una hagiografía áulica con todo lo que eso implica a la hora de lavar la imagen del personaje al que retrata, ensalzado su figura hasta extremos casi mesiánicos al tiempo que difumina sus sombras pasando sobre ellas de forma soslayada, cuando no directamente de puntillas . Y dada la época que vivimos, tampoco sorprende el asqueroso mensaje reaccionario transmitido por la película, comenzando por el ya clásico «si te lo propones puedes conseguirlo todo», totalmente descontextualizado respecto a la época en que se ambienta el filme y de las circunstancias que entonces rodeaban a la industria musical. No en vano el guionista Anthony McCarten es un consumado especialista en muermos santurrones, con La teoría del todo o El instante más oscuro como ejemplos palmarios.
Por si esto fuese poco, los bártulos de director los lleva un tipo tan mediocre como Bryan Singer, quien siendo especialista en defecar bazofia de superhéroes, hace lo único que sabe hacer y convierte Bohemian Rhapsody en una película de superhéroes. Hasta podemos ver al actor que hace de Freddie Mercury vestido con capa, como cualquier Supermán al uso. Prueba de por dónde van los tiros es que Sacha Baron Cohen, que inicialmente iba a interpretar a Mercury, dio la espantada tras comprobar el tono «infantil» que estaba adoptando el proyecto, contra su deseo de hacer una película más seria.
Curiosamente también lo haría el propio Singer, pero no por voluntad propia sino porque fue despedido dos semanas antes de concluir el rodaje, al parecer por sus enfrentamientos con otros miembros del equipo y por discrepancias sobre cómo debía hacerse el montaje. Le sustituyó otro mindundí: el actor televisivo Dexter Fletcher, aunque su nombre no está acreditado. Singer, que no ha parado de despotricar y se ha negado a promocionar la película pese a ser su único director acreditado, se enfrenta ahora a graves acusaciones por pederastia que ya veremos dónde acaban y dónde le dejan, si donde merece (en el olvido más absoluto) o directamente entre rejas.
Ya que hemos mentado al actor que interpreta a Freddie Mercury, no está de más comentar lo que ya todos saben: Rami Malek está de fábula, tanto por caracterización como por nivel interpretativo. Se mimetiza con el personaje de tal modo que llega a transmitir la sensación de que es Freddie Mercury en persona, y lo consigue sin dar en ningún momento la sensación de estar imitándole. Malek no es José Mota sino un actor con todas las letras, una bestia parda. Si este largometraje salva los muebles es gracias a él. Especialmente en la secuencia final: la larguísima e innecesaria recreación del concierto ofrecido por Queen en el Live Aid, que constituye otro ejemplo del nivel al que se mueve el guión, y por ende Bohemian Rhapsody en su conjunto.
De este modo, al final lo que nos queda es otra cosa que una película falsa, superficial, inofensiva, amable y autocomplaciente, en la que se adivina hasta un tinte homófobo: no se te ocurra volverte marica porque entonces Dios te lo hará pagar caro, aunque luego te otorgue la oportunidad de redimirte. En estos años oscuros, donde las ideas ultraconservadoras y políticamente correctas marcan pautas liberticidas extrapolables a cualquier dictadura, se echan cada vez más en falta otras épocas en que las cosas podían hacerse de otro modo, sin importar demasiado que pudiesen caer bien o mal.
Resultado: Aplausos. Para Rami Malek.