Hasta su estreno en 2019, pocos habrían imaginado que algún día alguien se atrevería a producir una secuela de El resplandor, y eso que la idea estuvo sobre la mesa nada más publicarse la novela original a finales de 2013. No era para menos: la sombra de Kubrick es alargada, pero el éxito de It cuatro años después animó a la Warner a correr el riesgo, con resultados bastante discretos. Tal es así que la pobre recaudación obtenida desactivó la posibilidad de una precuela, quizás para bien. Los años no pasan en balde, a las nuevas generaciones de consumidores Stephen King se la suda, y la época en que adaptar sus relatos al cine era sinónimo de éxito asegurado quedó atrás hace mucho tiempo.
Y eso que Doctor Sueño, aun no siendo precisamente maravillosa, tampoco está mal y admite ser vista sin sonrojarse ni aburrirse pese a los altibajos que provocan sus notables dos horas y media de metraje. Todo lo contrario que sucedía con It, bastante más floja y que, paradójicamente, funcionó muy bien en taquilla. Convertido ya en un hombre adulto, Danny Torrance padece las secuelas que le dejó su traumática experiencia en el hotel Overlook y arrastra problemas de alcoholismo (tal como le sucedía a su padre) mientras evita «resplandecer» por miedo a sufrir todavía más. Pero unos acontecimientos inesperados le obligarán a olvidar sus remilgos cuando ha de enfrentarse a un siniestro grupo de individuos que se dedica a cazar niños «resplandecientes» para alimentarse de su poder sobrenatural.
Ni que decir tiene que las referencias a It, claramente perceptibles en la secuencia inicial, quedan reducidas a la nada cuando se comparan con la referencia principal de la película, que huelga decir cual es y se hace especialmente notoria en el tramo final, que transcurre en su totalidad en un hotel Overlook bastante bien recreado aunque luzca con demasiado buen aspecto para los más de treinta años que, se supone, lleva abandonado. En este sentido es de justicia reconocer el esfuerzo del director y guionista Mike Flanagan por dotar a su filme con personalidad propia pese a la evidente necesidad de reflejarse continuamente en la peli de Kubrick, algo que él siempre reconoció honestamente declarando: «El resplandor es tan omnipresente y se ha grabado de tal modo en la imaginación colectiva de las personas que aman el cine que no hay otra forma de contar la historia». Por ese mismo motivo Flanagan procuró huir de los clásicos «sustitos» habituales en el cine de terror para incidir más en atacar la psique del espectador, tal como hizo Kubrick cuatro décadas atrás.
El resultado, como quedó apuntado unos párrafos más arriba, es dispar, conjugando algunas secuencias brillantes (el angustioso secuestro de un chaval jugador de béisbol) con otras mucho más burdas y un final demasiado previsible, a lo que contribuye un grupo de «malignos» antes inquietante que verdaderamente aterrador. Aún así, y siempre tenendo en cuenta que comparar esta película con su antecesora resulta básicamente absurdo, Doctor Sueño queda un escalón por encima de la mediocridad que caracteriza buena parte del cine de terror que se ha estrenado en los últimos años. Y eso significa lo que significa, nada más ni menos.
Resultado: aplausos tibios.