Todo el mundo tiene derecho a una jubilación digna, incluso los actores. Por ello no debe sorprendernos que hasta los mejores profesionales del gremio, aquellos con talento reconocido para participar en las producciones más prestigiosas, se decanten a veces por cintas de esas que suelen llamarse “alimenticias”, muy útiles para el público que desea dejar aparcado el cerebro para mejor ocasión y para que el actor de turno cubra durante algún tiempo el estipendio del Ferrari y el servicio doméstico.
Hasta Paul Newman, uno de los mejores y más famosos actores de todos los tiempos, tuvo su época de “vendido al vil metal”. A mediados de los años 70, muy cerca de convertirse en cincuentón y viendo ya cercano el final de su esplendor físico y artístico, el actor decidió que era el momento de “hacer caja” aceptando cobrar una pastizarra por protagonizar El coloso en llamas junto a Steve Mc Queen. El enorme éxito de este entretenidísimo film, culmen del llamado “cine de catástrofes” que tan de moda estuvo en aquella década, ha ensombrecido con el paso del tiempo otra película comercial de Newman muy próxima en fecha y mucho más pequeña, pero no precisamente inferior: El castañazo.
En 1977 Newman aceptó trabajar en este proyecto de su amigo George Roy Hill (a cuyas órdenes había estado en Dos hombres y un destino y El golpe, ahí es nada) sobre un equipo de hockey de tercera fila cuyo entrenador, vieja gloria venida a menos, cae en la cuenta de que para ganar y ser populares no es precisamente necesario jugar bien. El guión, escrito por Nancy Dowd, se inspiró muy vagamente en las peripecias de un equipo real de hockey sobre hielo: los Johnstown Jets. De hecho, algunos de sus jugadores y técnicos (y hasta el conductor del autobús del equipo, que aquí se interpreta a sí mismo) aparecen actuando ante la cámara. Paul Newman hizo gala de una gran profesionalidad, dándolo todo para aparentar como jugador de hockey y prescindir en lo posible de dobles.
El castañazo es una comedia gamberra que no prescinde de un malévolo mensaje dirigido hacia el deporte de alta competición y sus miserias, de igual modo que tampoco se esconde denunciando la mala situación económica de Estados Unidos (que por su puesto pagan los de siempre) y hasta su repugnante puritanismo particularmente durante la escena final, cuando un grupo de jugadores hiperviolentos se escandaliza por un striptease masculino. Pero lo más llamativo es encontrarse con un Paul Newman totalmente pasado de rosca y disfrutando como un enano por ello.
Sin embargo, el verdadero protagonismo recae en los violentos hermanos Hanson, cuyo indiscutible carisma les hace merecedores de toda la atención del espectador. Tras el estreno de la película los hermanos, auténticos jugadores profesionales de hockey, se hicieron inmensamente populares y tras aparecer en dos secuelas del filme original (cada una peor que la anterior, eso sí) hoy hasta tienen su propia página web, en la que cuentan su historia y venden merchandising relacionado con El castañazo, un despiporre en el que el buen ambiente reinante durante el rodaje, del que Paul Newman siempre habló maravillas, dio como resultado un divertimento como pocos se pueden encontrar hoy día.
Porque esa es una de las facetas donde más se nota la decadencia actual del cine: hace cincuenta años también se rodaba muchísima basura, pero hasta las películas marcadamente comerciales como esta podían ofrecer algo más que mera diversión para televidentes compulsivos y otras clases de descerebrados. Hoy en día lo que nos queda son cosas como la inacabable saga A todo gas, el cine de superhéroes y demás mongoladas, que obligan a actores de postín como Paul Giamatti o Robert De Niro a tomar parte en verdaderos insultos al intelecto más subnormal para aspirar a una jubilación digna. Actores como Paul Newman tuvieron más suerte: sabían que, con un poco de tino a la hora de escoger, podían participar en una cinta “comercial” y llevarse un buen pellizco sin arrastrar por los suelos su prestigio. Definitivamente eran otros (y mejores) tiempos, al menos para el cine.
Resultado: aplausos