Ascenso al Olimpo de Michael Cimino, del que poco después se bajaría tan rápidamente como había subido para caer en el noveno círculo del Infierno, sin lograr salir jamás de allí.
La figura de este director y guionista italoamericano está cortada casi por el mismo patrón de sus colegas del Nuevo Hollywood, que pondrían patas arriba la Meca del cine durante la década de 1970. Hijo de una familia de clase media – alta con inquietudes artísticas (su padre era un reconocido editor musical), acabó en Los Ángeles tras graduarse en Yale y estudiar con Lee Strasberg, haciendo fortuna en el mundo de la publicidad. Eso le animó a dar el salto hacia la primera división audiovisual de entonces: el cine. Como guionista, la autoría de Harry el Fuerte le puso en contacto con Clint Eastwood y este le permitiría debutar tras la cámara en 1974 con uno de sus habituales vehículos de lucimiento. Un botín de 500.000 dólares funcionó bastante bien, pero para su siguiente trabajo Cimino quiso embarcarse en un proyecto más personal.
Repasando la larga ficha de la película disponible en la Wikipedia Inglesa cuesta creer que El cazador acabase triunfando en las taquillas de todo el mundo y en los Oscar, y que hoy figure en la biblioteca de la Librería del Congreso de Estados Unidos como uno de los filmes más prominentes de la segunda mitad del siglo pasado. Cimino no tenía ni siquiera un borrador de guión cuando en 1976 fue a entrevistarse con un ejecutivo de la discográfica británica EMI, para pedirle dinero con el que rodar la historia de tres hombres anónimos que son reclutados para combatir en Vietnam y vuelven de allí hechos papilla. Era una de sus últimas opciones antes de tener que rendirse porque nadie en Estados Unidos quería financiar un proyecto así, con la derrota en la guerra aún candente. Pero EMI quería entrar en el mercado cinematográfico y de paso beneficiarse de una serie de resquicios legales que facilitaban recuperar rápidamente lo invertido en una producción, de modo que soltaron a Cimino 7,5 millones de dólares casi sin hacer preguntas, luego de asociarse con Universal a cambio de los derechos de distribución para Estados Unidos.
Lo demás pueden leerlo en el enlace a la Wikipedia antes referido porque «está ahí» y es real. Cimino urdió una película claramente segmentada en tres actos cuyo rodaje constituyó una epopeya desde el instante mismo en que se sentó a escribir el guión, para el que tomó ideas de un trabajo ajeno escrito años atrás titulado El hombre que vino a jugar (sus autores se quejarían al Sindicato de Guionistas, que obligó a Cimino a incluirles en los créditos), así como de referencias nada veladas a largometrajes como Los mejores años de nuestra vida de William Wylder o Deliverance de John Boorman.
Súmenle a eso los retrasos acumulados por los interminables viajes de Cimino en busca de localizaciones, los cambios en el plan de rodaje para adecuarlo a las necesidades de John Cazale, que se moría de un cáncer y del que Cimino se negó a prescindir, los monzones que azotaron Tailandia (rodando en el mítico río Kwai), la inestabilidad del país que obligaba a aflojar dinero en sobornos y enviar toda la cinta sin procesar directamente a Estados Unidos multiplicando costes, los tres meses que Cimino se pasó verificando lo rodado antes siquiera de empezar a montarlo, tarea en la que empleó seis meses más y en la que casi llega a las manos con un montador enviado por el estudio para realizar el trabajo a sus espaldas, por desacuerdos en torno a la duración que debía tener la película… Un show planificado en 7,5 millones que acabó costando 15, con un Cimino desatado al que los productores no lograban controlar.
Y sin embargo, al final todo salió bien. Aunque El cazador resulte demasiado larga por culpa de la escena de la boda, que alarga el primer acto de manera innecesaria y que Cimino se emperró en incluir íntegramente (eso sí, los actores se lo pasaron en grande rodándola; abucheaban cada vez que el director gritaba «corten» y Christopher Walken afirma que es la mejor boda a la que ha asistido en su vida), el acto siguiente en el «Vietnam» tailandés y el final, narrándonos cómo la guerra ha destruido las vidas de tres hombres jóvenes a cambio de nada, hacen por sí solos que verla merezca la pena.
Si a eso le unes una factura técnica impecable (con una fotografía de Vilmos Zsigmond sencillamente sublime), una evocadora banda sonora y unas interpretaciones magníficas de todo el reparto, compuesto en buena parte por actores casi debutantes en el cine como el propio Christopher Walken o Meryl Streep, pues tienes una película fabulosa aunque en su día fuese tachada de racista, maniquea y falsa por culpa de la imagen que transmitía de Vietnam y los vietnamitas. Cimino insistió que él sólo había filmado «una metáfora» sobre la guerra y sus consecuencias y que no pretendía ser históricamente riguroso, habiendo añadido las brutales secuencias de ruleta rusa sólo con fines dramáticos. Pero eso no evitó que Peter Biskind le definiese con muy mala uva como «la versión estadounidense de Leni Riefenstahl«.
Hanoi Jane, aka Jane Fonda, también declaró que El cazador era «racista». Tiempo después admitió que ni siquiera la había visto. Progres son, y por sus actos los conoceréis.
No obstante, buena parte de esta absurda polémica en torno a El cazador hay que atribuírsela al publicista Allan Carr, fichado por la Universal tras convertir una parida como Grease en un éxito de cien millones de dólares. Aunque a Carr no le gustaba («trata sobre dos cosas que no me importan: Vietnam y gente pobre»), se las arregló para orquestar una campaña publicitaria muy astuta que incluyó maniobras como exhibir la película en un puñado de salas para generar expectación y luego retirarla temporalmente de las carteleras, habilitándola de este modo para competir en los Oscar que estaban a punto de celebrarse y generar todavía más expectación montando pases «exclusivos» con aforo limitado. Así contribuyó a que El cazador se alzase con múltiples galardones de la crítica y triunfase en taquilla una vez se exhibió de forma generalizada en los cines.
A pesar de tratarse de una cinta tristemente olvidada con el paso de los años, la controversia en torno a El cazador aún persiste entre quienes la ven como una obra maestra y quienes la juzgan como un coñazo fascista. Resulta evidente que la película no es imparcial porque no puede serlo en virtud de la historia que narra y de cómo transcurre. Es imposible juzgarla dentro de la «equidistancia» y otros términos ridículos usados en la actualidad para ocultar lo que no es otra cosa que censura abyecta y miserable. Tal como escribió el crítico Juan Tejero, El cazador es una película enorme por su capacidad de conmover e incluso atormentar al espectador. No es políticamente correcta, pero es una de las pocas películas americanas de su época que entendieron por lo que estaba pasando el país y comprendieron el estado de ira y confusión de su clase obrera, obligada a dejar todo atrás para jugarse la vida luchando en una guerra incomprensible situada miles de kilómetros y luego abandonada a su suerte tras regresar (si regresaba), mientras los ricos que la habían provocado se escaqueaban de coger el fusil.
Resultado: aplausos incontestables.