Si hace unos días comentábamos uno de los «quiero y no puedo» financiados por el grupo Cannon a mediados de los años ochenta, ¿por qué no dedicar un pequeño espacio a la que fue, con diferencia, su mejor producción?

Ansiosos por dejar de ser vistos como unos mindundis que defecaban películas más bien zetosas, Menahem Golan y Yoram Globus pusieron sus ojos en un viejo proyecto iniciado a principios de los sesenta por Akira Kurosawa cuando escribió un guión tras leer un artículo de la revista Life sobre un tren fuera de control. Tras ponerse en contacto con el editor jefe de la revista, que resultó ser admirador suyo, este le puso en contacto a su vez con el acaudalado productor Joseph Levine para que le financiase una película.

Iba a ser la primera de su filmografía rodada en color y fuera de Japón, además con un generoso presupuesto equivalente al de (por ejemplo) Mary Poppins; pero aunque arrancó con brío y casi llega a buen puerto, tras varios imprevistos la producción se retrasó primero y por fin se detuvo indefinidamente. Muchos años después volvería a ponerse en marcha gracias a la mediación de Francis Ford Coppola, que había hecho amistad con Kurosawa tras producirle Kagemusha junto a George Lucas, recomendando la contratación del gafapastoso director ruso Andrei Konchalovsky, quien se empeñó en tener al entonces olvidado John Voight encabezando el reparto como forma de devolverle un favor personal: tiempo atrás Voight le había echado una mano para obtener un visado con el que podría trabajar en Estados Unidos.

Un largo periplo de más de veinte años tras el cual nadie hubiese esperado un resultado como el que acabaría dando. Sobre todo viendo quiénes producían el tinglado, cuyo rodaje no fue fácil y quedó marcado por la tragedia tras morir un hombre cuando el helicóptero que pilotaba chocó inadvertidamente contra los cables de un tendido eléctrico. Aunque para entonces Kurosawa ya no era propietario del guión, sustancialmente modificado entre otros por el escritor (y expresidiario) Edward Bunker, los mimbres de esta historia sobre dos tipos que logran fugarse de una remota cárcel de alta seguridad y deciden subirse al tren equivocado para completar la huida permanecen intactos, y permiten construir un relato de acción vibrante pero no falto de emotividad. En especial durante el último tramo, rematado con una espléndida escena final.

A destacar el arco de personajes y la construcción de los mismos: bastan un puñado de frases bien hilvanadas y colocadas en el punto adecuado para que el espectador pueda conocerles con todo detalle y entender qué les motiva, sin necesidad de que lo traten como a un fan de Christopher Nolan subnormal dándole explicaciones de más ni de usar recursos facilones como el flashback. Otro punto a destacar es la fotografía de Alan Hume, quien respetó la intención de Kurosawa de rodar contrastando notablemente el tren y las vías por las que circula (todo muy oscuro o directamente negro) sobre el paisaje nevado circundante, a fin de crear una especie de «peli de color en B/N» con un espeluznante monstruo sobre ruedas resaltando como el verdadero amo imparable de la función. Le salió que ni pintado.

Resultado: aplausos.

Ficha en la IMDB.

Nótese el uso en el trailer de la suite compuesta por Henry Mancini para Lifeforce. A fin de cuentas, la Cannon nunca dejó de ser la Cannon.

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