En 1967 se estrenó Bonnie and Clyde, película seminal del Nuevo Hollywood junto a Easy Rider. Aquella mítica cinta la dirigió Arthur Penn sobre un inspiradídimo guión escrito por Robert Benton, pero si se hizo realidad fue gracias a Warren Beatty, que se empeñó en levantarla haciendo frente a toda oposición y cambió para siempre la historia del cine. Bonnie and Clyde reflejaba a toda una generación que, sintiéndose engañada, aprovechaba cualquier oportunidad para ciscarse en las miserias del sistema y sus valores. La película idealizaba a un par de delincuentes hasta convertirlos en mártires, al tiempo que los policías que les dieron caza eran retratados como vulgares pistoleros a sueldo de una casta dirigente corrupta y sin escrúpulos, que había explotado y empobrecido a la población.
Bueno, pues cincuenta años después llega su antítesis, que lo es en todos los sentidos. No ya porque el protagonismo recaiga los dos rangers de Texas que encabezaron el operativo para capturar a Bonnie, Clyde y su banda de malhechores, sino porque, aún manteniendo el mismo esquema de road movie sobre el que el título original nos da una pista, el enfoque de Emboscada final es diametralmente opuesto. En virtud del asqueroso conservadurismo imperante hoy, el filme hace apología del ajusticiamiento a sangre fría de dos personas y restituye el honor de quienes las ejecutaron, elevándolos a la categoría de héroes. El plomo y la mano dura son los mejores remedios (que no los únicos) contra la delincuencia. La culminación de ese mensaje reaccionario y ultraderechista llega durante la escena en que el padre de Clyde Barrow da permiso a uno de los policías protagonistas para coser a su hijo a tiros. Tan vergonzoso discurso cargado de moralina fascista está presente durante toda la película, que habría sido mucho más interesante y contradictoria desprovista de ese respaldo moral. Sin ir más lejos, apenas se plantea por qué Bonnie y Clyde, ladrones de bancos, recibían tanto apoyo de las clases humildes, a las que esos mismos bancos habían hundido en la miseria.
Total, que lo mejor de Emboscada final se encuentra en la química que establecen sus protagonistas, Kevin Costner y Woody Harrelson, dos estrellas de los noventa venidas a menos que aquí buscan revindicarse como lo que una vez fueron (mejor el segundo, más humano y convincente) actuando también como productores ejecutivos, en una cinta financiada por Netflix siguiendo los nuevos derroteros establecidos en el negocio cinematográfico por las grandes marcas audiovisuales de Internet. Eso y la música de Thomas Newman figuran entre lo poco salvable de un tinglado que, aunque se deje ver, en otras circunstancias podría haber dado muchísimo más de sí. Por desgracia ya no estamos en los años sesenta del siglo XX. En las cinco décadas transcurridas desde entones hemos pasado del Born to be wild al America First, una espiral desastrosa que se antoja imparable.
Resultado: mayoría de abucheos sobre los aplausos.