Basta una simple ojeada a la biografía de Werner Herzog (Munich, Alemania, 1942) para entender por qué es imposible imaginar sus películas firmadas por cualquier otro director. Todos podemos recordar a algún cineasta famoso por su carácter excéntrico o por sus peculiaridades. Sin embargo Werner Herzog está chalao, así directamente. Sólo de esa forma puede explicarse que rodase cinco películas con un tipo al que detestaba (Klaus Kinski, que por cierto también le detestaba a él y tampoco estaba muy en sus cabales) o que no le importase una mierda el sufrimiento de sus subordinados, haciéndoles jugarse el cuello de ser preciso con tal de obtener una filmación realista. A lo largo de su ya extensa carrera, Herzog se ha especializado en retratar a toda suerte de tarados, tal que el protagonista de la película que ahora nos ocupa. Como diría un castizo en estos casos “Dios los cría y ellos se juntan”.
Tomando como base la historia real de Carlos Fermín Fitzcarrald, un magnate peruano del caucho que vivió a finales del siglo XIX, el realizador alemán retrata aquí a un fanático de la ópera (apodado Fitzcarraldo por los nativos) que un buen día decide construir un auditorio en un villorrio perdido en plena selva amazónica, para lo que no vacila en atravesarla con su barco. Literalmente, incluso acarreándolo por una montaña de ser preciso.
La música amansa a las fieras. Bueno, a todas no.
Semejante chifladura de argumento sólo se le podría haber ocurrido a Herzog. Y si tenemos en cuenta su particular querencia por el realismo prácticamente documental de su cine, carente casi en su totalidad de artificios, los que se imaginen un rodaje con una utilización relativamente profusa de decorados, maquetas, efectos especiales y esas cosas, sencillamente se equivocan de medio a medio. Basta decir que dicho rodaje se llevó a cabo en auténticos parajes de la selva peruana, con dos enormes barcos construidos ex profeso para la ocasión. Las durísimas condiciones de trabajo motivaron que primero su protagonista (Jason Robbards, que enfermó gravemente de disentería) y luego su coprotagonista (Mick Jagger, que utilizó la inminencia de una gira de los Rolling como “excusa” para salir de allí por patas) abandonasen el proyecto cuando éste se encontraba medio acabado. Para solucionar la papeleta, Werner Herzog recurrió… a Klaus Kinski, con el que, tras reescribir el guión para adaptarlo a la nueva situación planteada, comenzó a rodar otra vez partiendo de cero. El resto es una historia de continuos enfrentamientos entre los dos (a veces a puñetazo limpio), amenazas de muerte a las que, en alguna ocasión, les faltó poco para consumarse (Kinski llegó a apuntar a Herzog con una pistola cargada), gustosos ofrecimientos de los nativos a Herzog para liquidar a un Kinski al que odiaban, huelga decir, a muerte… y un premio a la mejor dirección en el Festival de Cannes, junto con la consideración por parte de muchos fans de que este es, sin duda, el mejor trabajo del realizador alemán, por encima incluso de las más conocidas Aguirre, la Cólera de Dios y Nosferatu, fantasma de la noche.
Le gustase a o no al pobre Kinski (ya fallecido), Herzog tiene un talento innato para meterse en las situaciones más complicadas y salir airoso de ellas, sacando de paso unos réditos como mínimo aceptables, y lo demostró en el filme que nos ocupa. Que lograse terminarlo y exhibirlo como si tal cosa resulta sorprendente, todo un ejemplo de perseverancia y tenacidad al alcance de muy pocos. Pero sorprende aun más que nada de lo expuesto anteriormente trascienda cuando se está viendo la película. De alguna forma, el amigo Werner se las arregló para canalizar todo el “mal karma” del rodaje, logrando incluso una interpretación bastante buena por parte de Kinski, más comedida de lo que en él era habitual (siempre teniendo en cuenta las características del alocado personaje en el que se mete). En Fitzcarraldo, la extraña relación amor – odio que ambos tenían llegó a su cima indiscutible y el retrato de la chaladura del protagonista resulta fascinante; aunque en su contra hay que indicar, como ocurre con otras cintas del director, que el excesivo metraje y los altibajos que acarrea echan por tierra una película que, pese a no carecer de interés, ni mucho menos llega a resultar redonda.
Resultado: aplausos entre cabezada y cabezada.
(Este artículo fue publicado incialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET el miércoles 16 de julio de 2008 y se reedita con el permiso de su webmaster).
Yo alucino con estas superproducciones :O
Aunque me imagino que puede ser pesada seguramente vale la pena verla, apuntada queda!
Menudos pollos que se montaban esos dos, lindo ambiente de trabajo 😀
Sin duda vale la pena. Otra cosa es que tenga sus altibajos por culpa de una duración excesiva, pero nunca le diría a nadie que no la vea.
Y los pollos eran antológicos, sí. Pero era más bien cosa de Kinski, que estaba mal de la cabeza el pobre. Claro que Herzog, a su manera, tampoco le va a la zaga precisamente…
Una putada ese trailer que speoilea lo suyo!!!
Cierto, como tantos otros en la actualidad. Sin embargo fui incapaz de encontrar nada mejor.