Habiendo visto Joker tengo claro que, de no estar protagonizada por Joaquin Phoenix, la película sería un mojón de cuidado. Él es lo único que se podría salvar (y no del todo: su interpretación en plan «intensito» es ocasionalmente cargante) de un producto que se han atrevido a vender como si fuese indie cuando lo produce la Warner, y que de estar protagonizado por cualquier individuo anónimo habría pasado por las carteleras sin pena ni gloria. Esta vez, como recibe el nombre de un personaje perteneciente a la franquicia de una gran multinacional, la atención mediática es mayor.

Para que se hagan una idea sobre lo buena que es, el Batman de Tim Burton cuenta en veinte minutos la misma historia que Joker tarda en contar dos horas, y encima lo hace de forma mucho más divertida y hasta verosímil. Todo con un actor (Jack Nicholson) cuyo carisma está fuera de toda duda y que era perfectamente consciente de dónde se metía, por lo que actuó en consecuencia.

Han pasado treinta años y resulta que ahora tipos como el Joker, producto de una fantasía de extrema derecha plasmada en tebeos para niños y adolescentes que empiezan a masturbarse, pueden (y hasta deben) ser tomados en serio. Ahora resulta que su ridiculez intrínseca, la de tíos que se visten de mamarracha para combatir el mal a puñetazos, esconde a filósofos equiparables con Inmanuel Kant, cuando no directamente héroes «de izquierdas» porque reaccionan contra los abusos del sistema capitalista neoliberal y los privilegios de la oligarquía.

En una sociedad normal tamaña insensatez induciría a la carcajada general; pero en la nuestra, películas como Joker (o los Batman de Nolan, origen en buena parte de esta absurda situación) han de ser respetadas cuando no reverenciadas, tanto que hasta aspiran a ganar premios antaño destinados a películas adultas de verdad. Que Joker haya conseguido la Palma de Oro en Cannes no dignifica el cine de superhéroes, solo demuestra que vivimos en una sociedad infantil y mongoloide que confunde lo pretencioso y solemne con lo complejo y reflexionado. Producto, en resumen, de una cultura analfabeta y superficial vendida con mensajes pedantes pseudointelectuales de todo a cien, para que el idiotizado comprador de turno se sienta miembro de una élite. Es el triunfo, en fin, de las derechas conservadoras, del capitalismo y de su mejor arma: la sociedad del entretenimiento, que incluso dentro del mainstream más casposo te vende productos gourmet, colándote muffins por lo que antes llamabas magdalenas.

Y Joker es ni más ni menos que eso, un producto hueco, bobo e inane que se vende como todo lo contrario y que, por si fuera poco, encima es un tostón.

Resultado: abucheos.

Ficha en la IMDB.

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