Por lo común, la historia del cine asocia el fracaso de La puerta del cielo con el final de lo que se dio en llamar “Nuevo Hollywood”. Movimiento surgido a finales de los sesenta e integrado por directores muy influenciados por el cine europeo y en especial por la Nouevelle Vague francesa como Peter Bogdanovich, Hal Ashby, Robert Altman, Michael Cimino, Scorsese o Coppola, básicamente pretendía imponer a los grandes estudios un nuevo concepto de negocio en el que hacer cine de calidad tuviese mayor importancia que nunca.

Arrinconado por la televisión, el cine vivía tiempos de crisis tanto creativa como recaudatoria, y en el Nuevo Hollywood creían que el truco para recuperar el favor del espectador estaba en ofrecerle buenas películas en lugar de meros espectáculos de circo. Con esta idea como bandera, aquellos realizadores brindaron al cine americano su última época de esplendor, pero al final de los años setenta América estaba cambiando y el Nuevo Hollywood estaba herido de muerte. El tremendo fiasco de La puerta del cielo sólo aceleró una defunción que habría llegado de todas formas, especialmente tras el éxito de películas ultracomerciales como Star Wars y la elección de Ronald Reagan como Presidente en 1980, cuya “revolución conservadora” ensalzaba al capitalismo en su vertiente más radical como medio para llegar a ser un auténtico americano.

Este es tu dios.

Pero volvamos a la película que nos ocupa: antiguo guionista ascendido a labores de dirección, Michael Cimino había alcanzado la cumbre de su carrera con El cazador, que ganó cinco Oscar y el aplauso casi unánime de la crítica y el público. Convertido en el niño bonito de la Meca del cine, los estudios se lo rifaban y fue United Artist quien finalmente ganó el pulso ofreciéndole lo que prácticamente equivalía a un cheque en blanco para rodar su nuevo guión, un western basado en la llamada Guerra del Condado de Johnson, uno de los episodios más oscuros y desconocidos de la historia estadounidense. El problema era que Cimino, con un ego desmesurado y una tendencia a la megalomanía comunes a casi todos los realizadores del Nuevo Hollywood, era como una bomba de relojería sin nadie a su vera para controlarle. Las malas lenguas dicen que el abuso de drogas tuvo mucho que ver en el comportamiento de un Cimino perfeccionista hasta niveles no ya obsesivos, sino enfermizos: repetía tomas decenas de veces, hacía traer al set carretadas de extras y gastó enormes sumas de dinero en cosas como montar un decorado, hacer pruebas de cámara y, si no le satisfacían, derribarlo entero y volver a montarlo unos metros más allá.

Cuando en el estudio se dieron cuenta de lo que estaba pasando ya era tarde: la película terminó cuadruplicando su presupuesto (de poco más de 10 millones de dólares a 44) y como el preestreno fue un absoluto desastre la UA tomó una determinación sin precedentes, suspendiendo la exhibición de la película para volver a montarla reduciendo en una hora su metraje de tres horas y media, algo que de todas formas no serviría para arreglar nada: tras unas pocas semanas, La puerta del cielo se retiraba de las carteleras habiendo recaudado un total de 1,3 millones de dólares en ochocientas salas, a una media de quinientos dólares por sala. Una suma ridícula en lo que significó el mayor fracaso de la historia del cine hasta entonces. Punto final a la United Artist, vendida a MGM. Y punto final a la carrera de Michael Cimino, que ya nunca levantaría cabeza y en la actualidad lleva una existencia prácticamente anónima en París. Han pasado casi dos décadas desde la última vez que se puso tras una cámara.

Como suele ocurrir en estos casos, el paso del tiempo ha convertido a La puerta del cielo en un clásico maldito que ha ido ganando adeptos poco a poco. Tal como le ha ocurrido a William Friedkin con Carga maldita, Cimino vio en el “malditismo” de su película un posible negocio y en 2012 llegó a un acuerdo para restaurar el montaje original de tres horas y media, reestrenarlo en el Festival de Venecia y luego ponerlo a la venta en una edición especial para Blu Ray o doble DVD. Una edición que debería servir para hacernos a la idea de si la película podría haber funcionado mejor sin la mutilación salvaje de que fue objeto.

Por desgracia para Cimino, hay que dar la razón a quienes se ensañaron con su obra la noche del preestreno (a la fiesta posterior no acudió casi nadie, lo cual prácticamente lo dice todo) y le despedazaron posteriormente en los periódicos. Hay que reconocer que con el metraje añadido, la película gana un poco de consistencia y algunos personajes quedan mejor perfilados que antes, pero como suele ocurrir cuando un filme se escapa por completo del control de sus creadores, la impresión que deja La puerta del cielo es la de una película sin acabar; un desmadre que no tiene arreglo posible se haga lo que se haga con él.

Así no hay manera, claro, y el resultado es el que cabría esperar: una idea prometedora convertida en un enorme fiasco por los devaneos de un realizador endiosado, que pese a dar repetidas muestras de su talento (es capaz de sacar petróleo de Kris Kristoffeson, una estrella de la canción, no del cine), no parece tener muy claro a dónde quiere llevar su película. Se muestra disperso, con secuencias larguísimas que en apariencia no aportan nada y acaban por contagiar un ritmo tedioso, excesivamente lento, dentro de un conglomerado en el que lo único salvable al cien por cien es el espléndido trabajo de Vilmos Zsigmond a cargo de la fotografía. Más de una vez logra tomas que parecen auténticas postales.

En resumen, con esta reedición no cambia la idea de La puerta del cielo como un filme malogrado, que pudo haber sido grande si a su director y guionista no se le hubiese ido la pinza y alguien hubiese estado al quite para evitarlo. En el Nuevo Hollywood despreciaban a los productores por considerarlos una rémora en el proceso creativo de una película, y si bien esto puede ser cierto a veces, no es menos cierto que otorgar plenos poderes a un director para que haga lo que le venga en gana puede llegar a ser muy peligroso. Ejemplos como el de La puerta del cielo lo demuestran en toda su crudeza.

Resultaddo: Abucheos irremediables.

Ficha en la IMDB.

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