¿Hasta qué punto estaría dispuesto un director de cine a jugarse todo con tal de rodar una obra maestra? ¿Hasta que punto sería capaz de arriesgar el cuello, literalmente, por convertir las áridas frases de un guión en poesía en movimiento?

Estamos en el año 1921. En medio de la delicadísima situación política y económica de la Alemania inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial, hay sin embargo un hombre que no piensa ni en política ni en economía. Se trata de Friedrich Wilhelm Plumpe, más conocido como F.W. Murnau, uno de los mejores cineastas alemanes del momento. Enfrascado en pleno rodaje de su último proyecto, Nosferatu, una versión sin licencia del clásico de Bram Stoker Drácula, Murnau busca conseguir la mejor y más realista película de terror de todos los tiempos. Por ello no vacila en contratar los servicios de un enigmático individuo llamado Max Schreck para que interprete al conde Orlock (Drácula). Schreck proviene del teatro y se ha forjado como actor bajo los auspicios del método Stanivslawski, que incita a los actores a vivir sus personajes más allá del escenario. Por ello nadie se extraña demasiado al verle paseándose por ahí caracterizado y comportándose como el malvado Orlock. Sin embargo, este oscuro personaje esconde un terrible secreto: Schreck es un vampiro de verdad, dispuesto a cobrarse el precio de su extraordinaria y realista interpretación con la sangre de los miembros del equipo de Murnau y especialmente de Greta, la bella y repelente protagonista femenina de la cinta.

La sombra del vampiro es una mezcla de “biopic” y ficción que husmea en los hechos que rodearon la tortuosa génesis de Nosferatu, película que estuvo a punto de desaparecer bajo el dedo acusador de la iracunda viuda de Bram Stoker, quien solicitó, a través de una orden judicial, que todas las copias del filme fuesen destruidas al haberse rodado sin adquirir los derechos de la novela en la que se inspira. Por fortuna la orden no fue respetada y Nosferatu sobrevivió, encumbrando a Murnau y convirtiéndose en una obra maestra del cine. La sombra del vampiro realiza un retrato de la atormentada personalidad de un genio como Murnau,  haciendo además una reflexión sobre la locura de la creación cinematográfica y la búsqueda de la perfección. Plantea de paso una curiosa pregunta: ¿y si Max Schreck hubiera sido en realidad un vampiro? El actor alemán era de hecho bastante misterioso y cerrado en sí mismo, y no sería de extrañar que en más de una ocasión alguien del equipo de rodaje se hubiese planteado seriamente esa posibilidad, dada su peculiar forma de ser.

La idea de realizar La sombra del vampiro partió del guionista Steven Katz, quién hasta ese momento solo tenia en sus créditos el guión de un episodio de la serie televisiva De la Tierra a la Luna. Presentado el susodicho guión al popular Nicholas Cage, gran aficionado al cine clásico, éste se decidió a producirlo. La película se rodó en localizaciones de Luxemburgo con un presupuesto de unos escasos ocho millones de dólares USA. Ello no fue obstáculo para que una serie de grandes estrellas de Hollywood como Willem Dafoe o John Malkovich aceptasen participar en el rodaje.

Parece mentira, pero hubo un tiempo en que este señor hacía cine.

La cinta que nos ocupa se sustenta sobre cuatro pilares básicos. Los dos primeros son las interpretaciones de los dos protagonistas principales. Malkovich, excelente como siempre, encarna a un Murnau colérico y enloquecido por el cine, drogadicto y sexualmente ambiguo. Willem Dafoe está casi genial en la piel de Schreck / Orlock, irreconocible gracias al excelente trabajo del equipo de maquilladores, que constituye el tercer pilar. El restante pertenece a la estupenda fotografía obra del novato Lou Bogue. Oscura y siniestra, roza la perfección durante las escenas filmadas en blanco y negro.

Con todo, La sombra del vampiro también tiene sus peros, y el mayor de todos es el final. Alocadísimo y pasado de rosca, arruina la película casi sin remedio. Hasta entonces el invento se sostiene bien, queda majo y tiene algún momento notable. Pero ese final no hay por dónde cogerlo, oigan. Si a eso le unimos la peligrosa tendencia a sobreactuar de Dafoe, el resultado puede ser un chiste. La tarde en que acudí a ver la película, recién estrenada entonces, el comentario casi unánime entre los que estábamos en la sala (a todo esto entre risas) era “parece Chiquito de La Calzada, ¡jarl”. A buen entendedor pocas palabras bastan.

«¡Por la gloria de mi madre!»

De todas maneras, esto no impide considerar La sombra del vampiro como una cinta interesante. Todo un homenaje a un momento de la historia en el que el cine era una labor de pioneros, casi de titanes, mezcla de ciencia de bata blanca y arte. Una labor muy alejada del carácter de negocio que ahora tiene, casi siempre, nuestro amado séptimo arte.

Resultado: Aplausos con mordisco.

Ficha en la IMDB.

(Este artículo fue publicado inicialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET el martes 22 de diciembre de 2009 y se reedita con el permiso de su webmaster).

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