El recientemente fallecido Peter Bogdanovich dio la campanada como director de este largometraje coral sobre un grupo de jóvenes veinteañeros y su despertar adulto (especialmente en lo sexual) a mediados del siglo pasado, en el marco de una remota y conservadora población de Texas que languidece por la despoblación que acarrea el fin de su modo de vida, representado metafóricamente por el cierre del viejo cine del pueblo.

Bogdanovich, hijo de artistas bohemios y hombre con una cultura cinematográfica vastísima, se basó en una novela parcialmente autobiográfica del escritor Larry McMurtry, experto conocedor de los claroscuros del sur norteamericano, para componer este fresco maravillosamente fotografiado en blanco y negro por Robert Surtees que muchos consideran el tercer puntal sobre el que se creó el Nuevo Hollywood junto a Bonnie and Clyde e Easy Rider. De hecho, La última película fue producida por la misma empresa que había alumbrado la ida de olla politoxicómana de Dennis Hopper, demostrando el increíble ojo de sus dueños, que al éxito de taquilla unió también el de la crítica.

Todo un icono generacional en su momento, The Last Pcture Show colocó a su director en la cresta de la ola junto a la que se convertiría en su pareja, Cybill Shepherd. La había descubierto por casualidad al observarla posando como modelo en una revista, y su obsesión por ella le llevó no solo a contratarla pese a que no tenía ni puta idea de actuar sino también a enrollársela, rompiendo su matrimonio con la diseñadora de producción Polly Platt, que tuvo que aguantar el escarnio de trabajar en la peli de su marido a sabiendas de que éste le ponía los cuernos con otra. La veinteañera Shepherd, una tía muy rara (con su segundo marido vivió separada, cada uno en su propia casa una al lado de la otra pero comunicadas entre sí «para no estorbarnos») y con un carácter muy fuerte, no se llevó bien con nadie durante el rodaje y menos aún tras liarse con su director.

Dejando eso a un lado, La última película es una obra más que estimable, cuya parcela más brillante reside en la dirección de actores. Incluso la Shepherd consigue ser medianamente creíble como la repelente hija del potentado del pueblo, que utiliza su atractivo para manipular a los chicos y aprovecharse de ellos mientras anda a la caza de un buen partido que le resuelva la vida (aunque la madre de Shepherd, tras verla en el estreno, le espetó: «Lo harás mejor la próxima vez, querida»). Muy por encima de ella quedan Timothy Bottoms, Jeff Bridges, Ben Johnson y sobre todo Cloris Leachman, interpretando maravillosamente a una mujer madura que se lía con uno de los jóvenes protagonistas buscando recuperar todo lo que se ha perdido en la vida, por culpa de un matrimonio a destiempo con la persona equivocada.

Formalmente rodada homenajeando al cine clásico con el que Bogdanovich se había destetado de niño, incluyendo referencias a Río Rojo de Howard Hawks (de hecho ésa es la «última película» que se proyecta en el cine del pueblo), lo que más podría sorprender al espectador moderno que vea este filme es su completa ausencia de nostalgia por los años 50, que distaban apenas veinte años en el momento del estreno en 1971 y que pronto se idealizarán en películas como American Graffiti como consecuencia de la enorme crisis que azotaría Estados Unidos poco después. En ese sentido, podría decirse que La última película guarda cierto simbolismo (que no paralelismo) con la época en que llegó a los cines porque representó, a su manera, el fin de una era en la historia del país. Su decadencia y muerte, como la del pueblo que retrata.

Resultado: aplausos.

Ficha en la IMDB.

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