Ahora que se cumplen veinticinco años desde la caída del “Muro de Protección Antifascista”, pomposa denominación con la que las autoridades de Alemania Oriental se referían al Muro de Berlín, tal vez sea el momento idóneo para echarle un vistazo a la película sobre la que nos vamos a referir a continuación. Si ya la han visto, para volver a verla una vez más; y si no la han visto todavía… ya están tardando, oigan.
Porque me atrevería afirmar sin ningún temor que La vida de los otros es una de las mejores películas jamás rodadas en lo que llevamos de este sombrío Siglo XXI, y quizás la que mejor retrata cómo era la vida en aquella arcadia comunista surgida de las cenizas del Tercer Reich que fue la RDA. Un país gobernado con mano de hierro gracias al control que, sobre sus ciudadanos y todas las actividades que éstos realizaban, ejercía la organización más orwelliana que nunca haya existido hasta ahora sobre la faz de la tierra: la temible policía política de Alemania Oriental, más conocida como Stasi. Por tanto no es casualidad que la película esté ambientada de forma simbólica en 1984, en un momento en que la Guerra Fría se había recrudecido peligrosamente y el “Muro de la vergüenza” simbolizaba más que nunca la división del planeta en dos bloques antagónicos. Nadie podía imaginar por aquel entonces que, sólo unos pocos años después, la Perestroika de Gorbachov acabaría por dinamitar la más estalinista de las democracias populares, cuyo fin sería la antesala de un mundo completamente distinto al que habíamos conocido durante cuarenta años.
La vida de los otros demuestra una vez más que no es necesario un derroche de medios para crear una película extraordinaria, si tras ella hay gente con talento respaldada por una buena historia. El bajo presupuesto de la cinta no es obstáculo para que brillen con luz propia detalles como la ambientación, que con el apoyo de una estupenda fotografía se encarga de mostrarnos con toda su crudeza el ambiente gris y opresivo del triste Berlín comunista, extensible por ende a toda la RDA. Si a esto le unimos unos actores estupendos (en particular el protagonista, Ulrich Mühe, que se sale por momentos), una dirección que es más que correcta y un guión sólido como un bloque de granito a la par que emocionante y entretenido, el resultado no puede ser otro: peliculón, hablando en palabras lisas y llanas. Hasta la música está conseguida, y pese a ser algo sucinta pone su granito de arena a la hora de hacer más emocionante el visionado.
No hace falta decir mucho más. Uno de los mejores exponentes de la explosión cultural vivida por Alemania en los veinte años transcurridos desde la caída del Muro y la reunificación, que entre otras cosas nos ha brindado muy buenas películas. Comenzando por esta, sin ir más lejos.
Resultado: Aplauso con palmas recias. De hierro.
(Este artículo fue publicado inicialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET el viernes 6 de noviembre de 2009 y se reedita con el permiso de su webmaster).