Antes de convertirse en abanderado de culturetas pedantes y de encadenar un pestiño pretencioso tras otro, José Luis Garci hacía películas de verdad. A veces incluso muy buenas películas, sobre todo antes de que en 1983 le tocasen las migajas en la tómbola de los Oscar con Volver a empezar, aquella castaña protagonizada por Chanquete que hoy (afortunadamente) casi nadie recuerda. Pero para entonces, el cineasta ya había demostrado tener muy buenos mimbres en su oficio. En 1979, por ejemplo, un desconocido Garci se permitió el gustazo de dar lecciones a muchos de sus colegas más veteranos con una de esas películas que, siendo auténticas joyas, suelen terminar pasando desapercibidas para casi todo el mundo, cuando no completamente olvidadas.
Al final de los años setenta, España se despertaba del marasmo de cuarenta años de dictadura franquista. Para entonces, y pese a los graves problemas que padecía, el país había progresado mucho, y la incipiente clase media nacida en la década anterior bajo el ala del “desarrollismo” se había transformado en una pequeña burguesía de oficinistas y universitarios con poder adquisitivo medio – alto. Esta próspera clase social, formada en su mayoría por individuos de unos cuarenta años, saboreaba las mieles de un consumismo jamás imaginado hasta entonces por el españolito de pro.
En Las verdes praderas José Luis Garci realiza un retrato magistral de aquella clase media que, habiendo vivido una niñez miserable entre autarquías y racionamientos varios, creyó que la felicidad se encontraba en los grandes almacenes. Aquel sentimiento se personifica en José Rebolledo, alto cargo de una importante compañía de seguros que lleva una vida aparentemente envidiable. Licenciado en económicas, tiene un buen trabajo, una familia modelo con una mujer guapa que le profesa amor incondicional y dos hijos preciosos, un buen coche, una buena casa en Madrid… y chalet en la sierra. Más perfecto imposible… o eso creemos, pues en el caso del pobre Rebolledo se ha hecho cierta, y con toda su crudeza además, aquella máxima que reza que lo que posees acabará poseyéndote.
Se me ocurren muchas razones por las que merece la pena ver esta película; la principal de ellas que, en su conjunto, es un peliculón, bien hecho y entretenido. Alfredo Landa está inmenso en la piel de Rebolledo, bien secundado por un reparto de campanillas en el que incluso aparece una jovencísima Cecilia Roth, con la voz doblada para que no se le note su acento porteño. El guión supura ironía y mala hostia por los cuatro costados, dando pie a situaciones de pura tragicomedia y a uno de los mejores monólogos que se han visto nunca en una película española: el que Rebolledo le suelta a su mujer mientras pasean por un pinar, ya al final de la película, y en el que aquel pobre hombre desboca toda la rabia que lleva dentro, disgustado al ver que tanto esfuerzo por lograr una buena posición social no solo no le ha proporcionado la felicidad que él esperaba, sino que le ha convertido en un esclavo que encima ha de cargar con los muchos absurdos que conlleva su “aventajada” situación.
Descripción gráfica del desencanto. Muy gráfica.
En resumidas cuentas, Las verdes praderas queda como uno de los mejores exponentes del cine inmediatamente posterior a la explosión del “destape” y es, sin duda, una de las mejores películas españolas de los setenta. Alfredo Landa aprovechó la sensacional oportunidad que le brindó Garci para romper de cuajo con su pasado (ese que tanto agrada a los responsables de Cine de Barrio) y mostrarse como un PEDAZO DE ACTOR. Así, con mayúsculas. Con todo, lo peor que te puede pasar viendo la película es que te identifiques de alguna manera con Rebolledo, como me pasa a mí sin ir más lejos. Y darse cuenta de que no hemos progresado mucho precisamente, porque la temática de la cinta es completamente actual pese a estar rodada en 1979: las clases medias no dejan de vivir a todo tren, buscando la felicidad en el materialismo más salvaje, pese a que su prosperidad está hoy por hoy más en entredicho que nunca. ¿De verdad se es más feliz endeudándose hasta el cuello para comprar un coche de 30.000 € en lugar de uno de 12.000? Si así lo creéis conmigo no contéis, majetes.
Resultado: aplauso. Bien regado con gasolina, por supuesto.
(Este artículo fue publicado incialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET el sábado 10 de junio de 2006 y se reedita con el permiso de su webmaster. Sirve igualmente como homenaje a Alfredo Landa, fallecido en mayo de 2013 a los 80 años).
Por estos días sentí nombrar varias veces esta película, otra que va a la lista de IMPRESCINDIBLES!
Pues ya estás tardando, que mola.