Debut de Steven Spielberg en la gran pantalla (su anterior película, El diablo sobre ruedas, fue hecha para la televisión). Basado en un hecho real ocurrido a primeros de mayo de 1969, cuando una joven pareja tejana white trash con antecedentes penales secuestró a un agente de policía y, a punta de pistola, le obligó a conducir hasta el pueblo donde los hijos de ambos residían con la abuela materna, a donde no podían acercarse tras haber perdido la custodia legal de los niños. Lo que siguió a continuación fue un sainete digno de la propia Texas: la policía estatal no tardó en enterarse de lo ocurrido, atrayendo la atención de la prensa y finalmente del público, dividido entre quienes deseaban tirotear a los secuestradores, quienes los jaleaban a su paso por pueblos y ciudades, y quienes directamente optaban por seguirles en la carretera alentados por una morbosa curiosidad. Tras los fugitivos acabaría formándose una comitiva de hasta 150 vehículos, en lo que se bautizó como «la persecución automovilística más loca en la historia de Texas». El título original de la película (The Sugarland Express) nos da pistas sobre eso.
Esta rocambolesca historia siempre fascinó a Spielberg, de la que él mismo había escrito un primer borrador de guión y llevaba tiempo queriendo rodarla pero sin encontrar apoyos para ponerse en marcha. Hasta que se topó con David Brown y Richard Zanuck, ejecutivos de la Universal, que cedieron ante el empuje entusiasta del chico (28 años tenía entonces) e incluso le concedieron bastante libertad para escoger el reparto, el equipo técnico y planificar el rodaje. Fue el caso de William Atherton, al que eligió como protagonista masculino no tanto por ser un buen actor sino porque, en su opinión, sus rasgos faciales encajaban con el carácter que el director quería imprimirle a su personaje. Contar con Vilmos Zsigmond como director de fotografía fue también decisión suya, mientras que con Goldie Hawn, protagonista femenina y verdadera estrella de la cinta, no fue necesario dar muchas vueltas porque tenía contrato en vigor con Universal y estaba ansiosa por un papel dramático que le permitiese sacudirse el rol de «comediante bobalicona» que le había hecho famosa especialmente en televisión.
En palabras de la Hawn el rodaje fue bastante agradable, aunque el deseo de impresionar a sus mecenas llevó a Spielberg a rodar primero algunas de las escenas más complicadas, y puso de los nervios a Vilmos Zsigmond empeñándose en operar él mismo la cámara más de una vez, todo para demostrar lo «crack» que era. Sin embargo, y aunque la película no le quedó mal para su relativamente escasa experiencia profesional, tampoco le quedó bien. En contra de Spielberg jugó su costumbre de no dar apenas instrucciones a los actores y dejarles «ir por libre», algo que no convencía a buena parte del reparto y acabó perjudicando sus interpretaciones.
Fue el caso de de William Atherton, algo acartonado y que a lo largo de su carrera ha demostrado más valía en papeles secundarios. Pero peor aún está Goldie Hawn. Aunque el guión (reescrito por Hal Barwood y Matthew Robbins, porque Spielberg nunca ha sido un buen guionista) poseía un tono de comedia ligera algo naif pero válido teniendo en cuenta que retrata la esperpéntica odisea de dos pobres idiotas, el director le permitió unos excesos que desvirtuaban un papel esencialmente dramático, contraviniendo su intención de apartarse de la comedia y sin lograr en ningún momento transmitir la angustia de una madre ansiosa por recuperar al hijo que le ha sido arrebatado por las autoridades y entregado a una familia de acogida. Además la película carece de ritmo especialmente durante el segundo acto, demasiado largo, de lo que resulta un filme reiterativo y pesado.
Detalle curioso: tras el rodaje, Spielberg quiso quedarse con el coche en el que viajan los protagonistas (agujeros de bala incluidos) y lo condujo ocasionalmente durante años.
Por todo ello no sorprende que Loca evasión fuese un sonoro fracaso que tambaleó la carrera en el cine de Steven Spielberg nada más empezar, aunque al menos él pudo sacar dos cosas positivas de la experiencia: en primer lugar los productores le vieron lo bastante ambicioso como para ofrecerle el embolado de Tiburón, donde nadie quería meterse. Y en segundo, Loca evasión marcaría el inicio de la relación entre el director y su músico de cabecera, hoy legendaria. Aunque Spielberg quería a Jerry Goldsmith para la BSO, finalmente no pudo ser y se decantó por John Williams, menos imaginativo pero igualmente adecuado, según él, para el tono de la película. No se equivocó, y aunque el propio Williams considera su trabajo flojo (tanto que jamás ha sido editado al completo en un disco), el tema principal, una melodía evocadoramente sureña construida de forma muy sencilla en base a una harmónica y una guitarra, se basta y sobra para mostrar el gran talento de su autor.
Resultado: abucheos, pero tímidos.