Debut en la gran pantalla de Ridley Scott, quien aprovechó la fama y fortuna que había conquistado en el mundo publicitario para hacer lo que tantos otros antes de él, cuando la publicidad representaba un trampolín ideal para dar el salto al cine y militar así en lo que entonces era la primera división del mundo audiovisual (no, hoy ya no lo es). Pese a no correr demasiados riesgos apostando por una producción modesta presupuestada en torno al millón de dólares, la jugada se saldó con un rotundo fracaso. Tal es así que en los comentarios del director contenidos en la edición en DVD que tengo en casa, adquirida allá por 1999 o 2000, Scott afirmaba que para esa fecha la película aún no había logrado recuperar lo invertido en ella y darle beneficios.

En su momento, y aunque ganó un premio espacial del jurado en Cannes otorgado a la mejor dirección novel, Los duelistas fue recibida con división de opiniones entre la crítica, que en ningún caso la cubrió con demasiados parabienes. Hoy esas opiniones han mejorado gracias al paso del tiempo, lo que unido al escaso conocimiento que mucha gente tiene de ella (apenas se emite por TV o se cita en retrospectivas sobre la carrera de Ridley Scott) hace que sea vista con interés pese a sus defectos. Estos provienen sobre todo de una factura excesivamente publicitaria en algunos tramos, como el del duelo a caballo, y de un guión que se deja en el tintero explicaciones respecto al comportamiento de los protagonistas que, aunque puedan sobreentenderse, merecerían desarrollarse un poco más.

Con todo, siempre me ha parecido que Los duelistas tiene bien ganada una reivindicación. La historia que narra (basándose en un cuento de Joseph Conrad inspirado en hechos reales, por increíble que pueda parecer) es interesante y tanto Keith Carradine como Harvey Keitel hacen un trabajo digno. Particularmente el segundo, un hombre que parece vivir únicamente por el deseo de batirse en duelo para saldar una disputa de honor a todas luces absurda, pero que para él lo significa todo. Un comportamiento obsesivo e irracional, del que su oponente acaba contagiándose. Ambos se encuentran bien arropados en pequeños papeles por secundarios de alcurnia provenientes del teatro, el cine y la televisión británicos, lo que contribuye a darle empaque al asunto.

Pero dos cosas destacan por encima del resto: la evocadora música de Howard Blake (tan buena que Ridley Scott quiso contratarle para Alien, pero Fox prefirió en su lugar a Jerry Goldsmith) y en especial la fotografía de Frank Tidy, cuya particular estética fue consecuencia directa de la falta de dinero que lastraba la producción, impidiendo gastar hasta en focos extra para iluminar. En tales circunstancias el equipo tuvo que ingeniárselas para salir al paso en más de una situación comprometida, agravada por culpa del apretado plan de rodaje que no admitía retrasos precisamente por lo que implicaba respecto al aumento de costes. Algo que cuentan (y muy bien además, de forma muy amena y divertida) los responsables de la faena en comentarios añadidos a las mejores ediciones del filme en DVD o BR. Ya sólo por eso vale la pena dejarse de descargas por Internet para adquirir una copia legítima. 

Resultado: Aplausos, venga.

Ficha en la IMDB.

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