Colofón a un periodo de diez años casi gloriosos para el director Franklin J. Schaffner, que había empezado con El planeta de los simios y durante el cual no hizo más que acumular fama y prestigio firmando películas como mínimo reseñables entre las que se encuentran Patton, Nicolás y Alejandra o Papillon. Tras el cambio de década, y como contagiándose de la mediocridad que viralizaría al cine durante los nefastos años 80, Schaffner entró en una espiral decadente que le llevaría a rodar cosas como un musical con Luciano Pavarotti, amén de otros fistros propios de aquella época, para acabar muriendo con sólo 69 años víctima de un cáncer de garganta.

En 1976 el escritor y guionista Ira Levin (autor de La semilla del diablo) publicó Los niños del Brasil logrando un gran éxito editorial. En cierta forma hay mucha semejanza entre ambos libros, puesto que Los niños no deja ser una historia de terror y suspense en las que su autor era especialista, urdida en torno a la figura del depreciable Joseph Mengele y su enfrentamiento con el cazanazis inspirado en Simon Wiesenthal que lleva años intentando localizarlo tras haber huido de Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque se daba por hecho que seguía vivo, sobre todo tras la captura de Adolf Eichmann en Argentina, jamás se supo con exactitud su paradero ni lo que había sido de él hasta que en 1985 se pudo confirmar su muerte seis años antes y la identidad de sus restos, enterrados bajo nombre supuesto. Consultando la biografía de Menguele, resultó que Levin no anduvo muy descaminado imaginando al ominoso Ángel de la Muerte llevando una existencia placentera e incluso lujosa en Brasil, desde donde planea el resurgimiento del nazismo clonando al mismísimo Adolf Hitler.

Los niños del Brasil se benefició del estado de gracia que por entonces bendecía a Franklin Schaffner, resultando de ello un buen largometraje en líneas generales, tenso e intrigante aunque se disperse un poco por la cantidad de localizaciones (entre las que va saltando continuamente) y le cueste un poco arrancar en virtud de esto. Pero si por algo destaca es por el trío protagonista encabezado por Laurence Olivier, quien aceptó más que nada porque, convencido de que moriría pronto al encontrarse enfermo y lleno de achaques, quería dejar a su familia con la vida resuelta y estaba dispuesto a aceptar cualquier papel bien remunerado que le ofreciesen. Gregory Peck y James Mason aceptaron acto seguido simplemente porque querían trabajar con él, y todos están estupendos aunque Peck tienda a la sobreactuación dando vida a Menguele de forma deliberadamente grotesca, digna del hijo de puta miserable que era en realidad pero también acorde con el enajenado sociópata que pretende instaurar un IV Reich mundial desde la selva brasileña.

Aunque la película no esté precisamente libre de defectos, en realidad lo único verdaderamente flojo se encuentra en la escena del duelo final entre Menguele y el cazanazis Ezra Lieberman al que interpreta Olivier. Una escena que fue trasladada desde el libro al guión «tal cual» en lo que constituye un error garrafal que casi lo echa todo por tierra, presidida por un monólogo innecesariamente largo de Gregory Peck que hace que parezca un malo de Bond y con una puesta en escena ridícula, totalmente inadecuada para el cine. Por fortuna las dos secuencias posteriores arreglan parte del desaguisado, proporcionándole al filme una conclusión perturbadora e inquietante. Un último apunte antes de acabar: eviten las versiones dobladas porque con ellas se perderán matices muy sugestivos en la interpretación de los actores, las cuales no detallaré para no joderles la trama.

Resultado: aplausos.

Ficha en la IMDB.

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