El fracaso de la última (hasta el momento de escribir esto) patrioterada de Roland Emmerich tal vez se explique en el empeño de intentar aproximar una astracanada mongoloide como Pearl Harbor al tono documental de Tora! Tora! Tora! Es a todas luces una estupidez, pero eso es precisamente lo que transmite este largometraje, estupidez, aunque afortunadamente prescinda de la historia de amor «feminista» (les juro por mis gatos que he llegado a leerlo). De cualquier modo, el resultado es un engendro que por supuesto no funciona. A ver, es evidente que, comparada con cualquier cosa, Pearl Harbor es una puta mierda. Cualquier cosa es mejor; pero es que aquí estamos hablando de Roland Emmerich, un indigente mental ya sea actuando como director y/o guionista, así que tampoco cabe esperar demasiado.
Puestos a hacer comparaciones, me atrevería a afirmar que el antecedente de esta Midway, de la que ya comenté algo en su momento, es superior. Es verdad que Midway se quita de en medio el lastre de una historia de amor absolutamente intrascendente, pero a cambio carga con muchos otros. Para empezar, un protagonista que como actor es una calamidad y encima hace gala de un rictus ocasionalmente desagradable. Quiere parecer un tipo chungo pero majete, un tópico del cine de acción, pero logra que acabe dándote asco. Y por si fuera poco hay que aguantarlo hasta el final: su personaje es la traslación al cine de un auténtico piloto de combate que participó en la batalla, y dado que falleció en 2001, huelga decir que no se lo cargan. Una verdadera pena.
También sale uno de los Jonas Brothers. Toda una declaración sobre las intenciones de la peli.
En cuanto al rigor histórico, aspecto del que esta película ha hecho gala y que he visto elogiado en algunas críticas, es en realidad simplista y superficial, algo muy ilustrativo de cómo la sociedad ha involucionado hasta niveles peligrosamente infantiloides herencia de la LOGSE, el Plan Bolonia y demás maniobras políticas para convertir la educación en fábrica de borregos obedientes y la adquisición de cultura en objeto de escarnio. No entraremos en detalles para no aburrir, pero hay numerosos aspectos clave que se pasan de puntillas o directamente por alto, tergiversando el relato de modo ocasionalmente insultante. Tampoco cabe esperar mucho más del pordiosero guionista televisivo Wes Tooke, que debuta en el cine demostrado que lo del rigor no es que le importe mucho precisamente. Entretanto les invito a leer, mismamente en la Wikipedia sin ir más lejos, la biografía de Chuichi Nagumo (retratado en la película como un tonto a las tres), así como también el esbozo de la batalla de Midway ahí disponible, para sacar conclusiones.
Al final todo se reduce a lo de siempre, más en el cine actual: las escenas de «no acción» son un mero (y frágil) hilo encargado de llevarnos a lo que realmente importa: los tiros, las explosiones y demás mandanga. En resumen «lo que mola» a ojos de cualquier plurititulado actual. Los efectos digitales cantan La Traviata en más de una ocasión, algo que es para que los responsables se lo hagan mirar habiendo tenido a su disposición un presupuesto de nueve cifras en dólares yankis; pero es justo reconocer que las escenas que transcurren durante la batalla están muy conseguidas en general, aunque en ocasiones parezcan estar sacadas de un videojuego por inverosímiles. Ahí, en el aspecto tecnológico, es donde, lógicamente, más se notan los cuarenta y tres años que separan Midway de su predecesora.
Jugando al Battlestations sin el PC.
Esas escenas son lo único salvable de un «fregao» que no merece mayor comentario más allá de ahí, y que algunos se han atrevido a colocar al mismo nivel de la anteriormente mencionada Tora! Tora! Tora! o incluso de Un puente lejano. Apañados estamos. Tanto como lo está Roland Emmerich, quien fuera un valuarte del cine de acción más subnormal en la década de 1990 y ahora, tras encadenar varios fiascos e intentar recurrir a la nostalgia de tiempos mejores buscando reverdecer laureles (sin éxito, claro) ve como su carrera en Hollywood se tambalea cada vez más.
Esperemos que no tenga la suerte de Michael Bay, abocado a dirigir vídeos de comuniones tras el descomunal batacazo de La isla hasta que Steven Spielberg acudió en su rescate. En mala hora. A ver si conseguimos perderle de vista al fin. Que ya va siendo hora, tras años presumiendo de lesión cerebral y de tratar a los espectadores (y, por ende, al cine mismo) como si fuesen igual de idiotas que él.
Resultado: abucheos.