O lo que es lo mismo, la «traducción» del original Miller´s Crossing, que bien se le podría haber ocurrido al mismo tipo que tuvo la ocurrencia de «traducir» el título de Shaft para su exhibición en España. Tiene gracia, siendo esta una película en la que no aparece una puta flor en todo el metraje al menos que yo recuerde; no al menos en el sentido «poético» que se pretende aparentar. Hay un bosque donde en efecto se cargan a alguien, lleno hasta los topes de de árboles porque para eso es un bosque. Pero ya. En fin, cosas que sólo cabe esperar de uno de esos tipos tan pagados de sí mismos que a buen seguro no tienen reparos en matarse a pajas frente a un espejo.

«Me follaría».

Vaya por delante que no soy muy fan de los hermanos Coen y por eso mismo no me he visto todas sus películas. Ni mucho menos: la última suya que vi en un cine fue El hombre que nunca estuvo allí. Desde entonces ya han pasado siglos, y lo que más recuerdo fue que eso de rodar en color y positivar luego en blanco y negro me pareció una excentricidad bastante ridícula en el fondo, muy propia de gente que va por ahí fardando de moen-na con lo que eso implica. Postureo puro y duro, como se diría hoy.

Respecto a la película sobre la que gira este texto, tuve ocasión de verla con dieciséis años en un cineclub organizado en el instituto de mierda donde estudiaba, y ya entonces me pareció que no daba para los manchurrones de semen que había visto en las revistas de cine, todas compitiendo por ver cual se mostraba más genuflexa ante los nuevos niños mimados de Hollywood. Porque los Coen no han sido más que eso durante toda su carrera: un par de cineastas mimados por la industria, que los aupó ante la crítica para que esta, a su vez, «convenciese» al gran público de sus bondades.

Muerte entre los cipotes, digo los cipreses.

Siendo muy consciente de que en general las cosas no se observan del mismo modo siendo adolescente que a una edad más provecta, porque se supone que uno va adquiriendo mayor bagaje intelectual y cultural conforme pasa el tiempo (algo sobre lo que no obstante cabe dudar entre el grueso de la población), quise volver a verla el otro día para refutar mi propia opinión, convencido de que esta a buen seguro cambiaría. Y no fue así, miren por dónde.

El talento de los Coen para la composición visual es innegable, y aquí lo demuestran incluso desde la primera secuencia, en la que plagian adrede la escena inicial de El padrino dándole un tono casi grotesco apoyándose en la brillante fotografía de Barry Sonnenfeld. También para la creación de personajes, y aquí lo demuestran en especial con el del protagonista y el de su principal enemigo. E igualmente para la dirección de actores, exprimiendo al máximo las cualidades de Gabriel Byrne y en especial del gran John Turturro, un tío capaz de resultar creíble en cualquier papel.

Muerte entre los cardos de la madre que los parió. Porque Steve Buscemi es un cara cardo.

Sin embargo, nada de esto sirve cuando las cosas se tuercen sobre el que habría de ser el elemento clave de cualquier película: el guión. Algo confuso y ocasionalmente tramposo, provoca que en algunos tramos resulte fácil perder el hilo y que la película, en conjunto, acabe siendo aburrida pese al estupendo material de base con el que cuenta, lo que sin duda es una pena pero también muy característico de unos tipos, los ínclitos hermanos Coen, sobrevalorados por definición en virtud de vaya usté a saber qué intereses. A partir de ahí, todo lo que se pueda decir de cosas como «su ácida reflexión sobre la naturaleza humana» o utilizar en beneficio de construcciones mentales absolutamente paranoides no son más que gilipolleces.

Resultado: ¡Áhiva qué chorrazo! (pronúnciese imitando la voz de Joaquín Reyes).

Ficha en la IMDB.

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