Todo el mundo sabe quién es Hulk Hogan. Aunque sus mejores días pertenezcan a un pasado cada vez más remoto, este mito de la lucha libre americana que responde en realidad al nombre de Terry Bollea sigue siendo un personaje muy famoso en Estados Unidos, y por ello el juicio que entabló en 2013 contra Gawker Media, extendido hasta 2016, sacudió al país. Gawker era un blog dedicado a publicar noticias basura sobre famosos, en plan «confirmado: fulanito despide mal olor y debería ducharse», y unos años atrás había aireado un vídeo sexual donde se veía a Hogan montándoselo con la mujer de su mejor amigo.

Visto lo visto, que el exluchador decidiese ir a los tribunales clamando justicia podría entenderse como perfectamente lógico, pero desde el principio hubo gente que notó que ciertas cosas no cuadraban. Hogan presentó la demanda cuando el vídeo llevaba tiempo circulando y él mismo había recorrido platós televisivos haciendo chistes sobre el tema. Además su situación económica era precaria, su matrimonio hacía aguas y no se entendía cómo era posible que Hogan pudiese hacer frente a un juicio tan largo y costoso.

Lo que hasta aquí podría parecer el aburrido relato de un grotesco sainete al nivel de Sálvame o cualquier mierda similar, efectúa un giro radical e inesperado cuando descubrimos que, poco tiempo después de emitirse el veredicto, que condenaba a Gawker a indemnizar a Hogan con 200 millones de dólares, se supo que Peter Thiel había financiado el pleito bajo cuerda. Millonario ultraderechista (disculpen la redundancia) afín a Donald Trump, fundador de Paypal e inversor en redes sociales como Facebook, Thiel niega que exista racismo en Estados Unidos y es conocido por sus ideas abiertamente antidemocráticas, como oponerse al voto femenino. Hulk Hogan aceptó ser utilizado por el magnate y, a cambio de sanear sus finanzas, permitió a Thiel usar el juicio para vengarse de Gawker por revelar su homosexualidad y ya puestos destapar sus turbios manejos financieros, algo que no le hizo ninguna gracia. La sentencia y su descabellada indemnización arruinaron a Gawker, obligada a declararse en bancarrota, y marcaron a sus trabajadores como apestados.

Más allá de que una persona con la chequera abultada pueda influir con tal descaro en el sistema judicial de un país presuntamente democrático, hecho que por sí sólo debería hacernos pensar sobre la clase de mundo en que vivimos, lo verdaderamente interesante de Nobody Speak es cómo invita a reflexionar sobre la pérdida de libertades y en concreto las de expresión y prensa, protegidas en la Constitución estadounidense por su Primera Enmienda. Porque aunque Gawker pudiese o no gustar, tras la persecución de que fue objeto se esconden ataques muy graves contra la base misma de la democracia por parte de las élites económicas, que a su vez controlan la vida política a su antojo.

El documental lo ilustra con un ejemplo palmario referido al Las Vegas Review-Journal, el diario con más solera y popularidad de Nevada, que denunciaba los tejemanejes de Sheldon Adelson tanto dentro como fuera de la ciudad, dignos del chorizo impresentable que era. Para evitar males mayores Adelson decidió sacar la cartera y comprarlo, pero para que la maniobra no se notase lo hizo a través de un complejo entramando de sociedades controlado de tapadillo por uno de sus hijos, quien a su vez delegó en un testaferro. La escena en que los periodistas del diario críticos con Adelson cuentan cómo se enteraron de aquello resulta hasta cómica, pero lo que ya no hace tanta gracia es el final de la historia: todos se vieron forzados a presentar la dimisión, salvo uno que accedió a «postrarse» ante la nueva jefatura para conservar su empleo. Convertido en un panfleto favorable a Adelson y sus ideas ultraconservadoras, en 2016 el diario apoyó abiertamente la candidatura presidencial de Donald Trump, amigo personal del empresario-mafioso.

Dios los cría, y ellos se juntan.

Estos casos muestran, cada uno a su nivel, hasta qué punto se ha complicado el ejercicio del llamado «cuarto poder» en Estados Unidos. Tras la caída de Richard Nixon y el fin de la guerra de Vietnam, los sucesivos gobiernos del país (especialmente los republicanos, mayoritarios en los últimos cincuenta años) se afanaron en socavar la libertad de expresión e información. A ello contribuiría decisivamente la implantación sin cortapisas del modelo económico neoliberal, acelerada tras la decadencia y caída de la URSS, favoreciendo la concentración de capitales en unas pocas manos privilegiadas cuyo poder no cesa de aumentar. La consecuencia es que el periodismo independiente que antes enorgullecía a la ciudadanía estadounidense, símbolo inequívoco de la esencia libertaria y democrática de su país, ha dejado de existir. Todos los medios de comunicación con influencia sobre la opinión pública han acabado en manos de grandes fortunas o conglomerados empresariales vinculados a éstas, que obviamente nunca morderán la mano que les da de comer.

De este modo, los ricos y poderosos tienen las manos libres para hacer lo que les plazca, con el apoyo de medios afines cuyos trabajadores viven coaccionados por el miedo y la autocensura, que es la peor forma de censura existente. Una nueva forma de esclavitud. Aquí se han de incluir también las redes sociales, maleadas desde sus inicios por la ultraderecha vinculada al poder económico y progresivamente más afectadas por una deriva catastrófica. Recuerden al despreciable Peter Thiel y sus inversiones en Facebook. O a su amigo Donald Trump, que convirtió Twitter en su púlpito particular y lo utiliza para atacar a periodistas críticos y poner a los ciudadanos en su contra, siendo tachados como «traidores» en declaraciones que en otro tiempo habrían sido inconcebibles (cuando no inadmisibles) viniendo de un presidente de Estados Unidos.

Pero los tiempos han cambiado, sin duda a peor. Tal como nos advierte Nobody Speak, el paso siguiente es la llegada del totalitarismo, que será inevitable sin la fortaleza de un periodismo digno de tal nombre. Visto cómo está el panorama, parece poco probable que nada cambie y el documental así nos lo hace ver, pintando un cuadro muy sombrío de cara al futuro. Porque una sociedad sin un periodismo independiente y crítico, capaz de fiscalizar al poder y expresar sus opiniones libremente aunque no nos gusten, es una sociedad condenada.

Resultado: De menos a más. Empieza flojo, pero acaba en ovación cerrada.

Ficha en la IMDB.

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