A finales de los años setenta, una empresa discográfica en horas bajas decidió jugársela a todo o nada apostando por el mercado de los grupos infantiles, que en ese momento estaban de moda y eran una lucrativa fuente de negocio. Usando como «fulcro» a Yolanda Ventura, hija del entonces famoso trompetista Rudy Ventura y que quería ser artista, los directivos de la mencionada discográfica organizaron un casting para completar una formación a la que llamaron Parchís, y en base a una campaña promocional en la que no faltaron sobornos, el grupo logró alcanzar una repercusión notable en España. Pero aquello no fue nada comparado con lo logrado en Sudamérica y principalmente en Argentina, Perú y México, donde Parchís fue un fenómeno social casi comparable al de los Beatles pero para niños. Los fans se desgañitaban gritando en cada actuación del grupo y eran capaces de esperar horas a las puertas de un hotel sólo para ver cómo alguno de sus miembros se asomaba por la ventana de su habitación.

Como cabría esperar, tras el oropel había algo mucho menos glamoroso y este documental no elude mencionar los aspectos más turbios de lo que no fue sino una historia de explotación infantil, orquestada por una cuadrilla de vividores y desaprensivos para forrarse a costa de los chavales. Y lo que es peor: consentida por sus padres, deseosos de vivir la fama (y de la fama) de sus hijos sin importar las consecuencias. En el caso de Parchís, sólo la madre de uno de ellos quiso darse cuenta de lo que se cocía entre bambalinas, y tras acompañarlos durante una de sus extenuantes giras no tardó en sacar a su hijo del grupo, sustituido de inmediato por otro chico. Para los mandamases de la discográfica y el séquito que acompañaba a los niños, ellos sólo eran una caja registradora en la que apenas dejaban las migajas de todo lo que sacaban. Poco importaba que los críos no supiesen bailar o cantar bien (en ocasiones incluso les doblaban las voces), porque lo importante era exprimir la gallina hasta que dejase de poner huevos.

La cosa sólo podía acabar como acabó: cuando hasta para el más tonto se hizo evidente que allí estaba pasando algo raro y las quejas de los padres y los propios niños fueron en aumento, la discográfica tomó cartas en el asunto seduciendo a Tino (el mayor, teórico «jefe» y un imán con las chicas) para iniciar una carrera en solitario, rompiendo la unidad del grupo. Poco después la empresa quebraba declarando un pasivo de 1.600 millones de pesetas de las de antes, algo inconcebible en virtud de los ingresos generados por Parchís y su merchandising, que incluyó toda clase de productos.

Pero paradójicamente, la puntilla la puso una jugosa oferta de Disney y Atari para convertir a Parchís en una banda de referencia entre los niños latinos que vivían en Estados Unidos, hecha por mediación del oscuro empresario que los llevaba en México. El problema era que exigían a los niños pasar un año entero en USA para aprender inglés y a cantar y bailar como es debido, pero sin que nadie cobrase nada, ni ellos… ni la cuadrilla de facinerosos que les manejaba. Fue el final de historia. Lo que sucedería después no sorprendió a nadie: como niña pija con padres adinerados y buenos contactos, Yolanda pudo seguir con su carrera artística, esta vez de actriz. Los demás se quedaron en la estacada, obligados a poner nuevamente los pies en la tierra para buscarse la vida. Dolidos y resentidos unos con otros y con la sensación de haber sido timados como chinos, tardaron décadas en hablarse. Para que se hagan una idea de hasta qué punto importaban, todos ellos serían sustituidos para que la «marca» Parchís continuase facturando especialmente en Sudamérica, donde nunca le faltó tirón. El negocio echó definitivamente el cierre en 1992.

Un magnífico documental, en resumen, al que se le puede perdonar ese happy end de fines claramente promocionales, algo forzado, con el que concluye. Tal vez lo peor sea que, de cara al público actual, transmite la sensación de que «lo de Parchis» es algo que pertenece al pasado, algo superado. Y no, miren: hechos como los que se relatan aquí siguen produciéndose, solo que desde los medios se etiquetan como «historias de superación» para tocar la fibra sensible del público, dentro de la maquinaria neoliberal que impera a nivel global para idiotizar a la sociedad. Y eso es lo más peligroso de todo: la falsa sensación de que ahora todo va bien, de que los niños están protegidos. Casualmente, sostenida por los mismos que dicen estar brindándoles una oportunidad para destacar en la tele, en las redes sociales o donde sea.

Resultado: aplausos.

Ficha en la IMDB.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.