Con ustedes el testamento cinematográfico del gran David Lean, que significó también su regreso tras catorce años de retiro voluntario tras el fiasco de La hija de Ryan. Un retiro que no fue absoluto, pues durante ese tiempo se interesó en levantar un par de proyectos; el principal de ellos una nueva versión de Motín a bordo, que finalmente rodaría el neozelandés Roger Donaldson.
Curiosamente, aquella película se estrenaba el mismo año que Pasaje a la India con guión de Robert Bolt, que había adaptado para Lean Doctor Zhivago y la propia Hija de Ryan. La diferencia estuvo en el resultado: mientras Motín a bordo constituía un sonoro fracaso a todos los niveles, Pasaje a la India deslumbró a la crítica y esto, en unión a la curiosidad por ver un nuevo trabajo de Lean tras casi tres lustros, atrajo al público a los cines. Y eso que el resultado no estaba a la altura de las mejores obras de Lean, al que se le notaban demasiado los 75 años que «calzaba» en ese momento.
Porque si hay una palabra que define esta película ésa es «viejuno», adjetivo que te viene a la cabeza nada más entrar los créditos iniciales y la música de Maurice Jarre. Aunque se estrenó en 1984, Pasaje a la India parece filmada veinte o veinticinco años antes, sensación que se acentúa si se nos ocurre compararla con otras cintas «académicas» estrenadas el mismo año como Amadeus o Bajo el volcán.
Definiendo empíricamente el adjetivo «viejuno».
Pero ojo: que la película parezca acartonada y anticuada (que en muchos momentos lo es, pese a su elegancia Lean style) no significa que sea mala, al contrario. David Lean era demasiado grande para rodar una mala película, al menos desde el punto de vista formal, pero eso no quita para que en esta ocasión haya elementos clave que no cuajen. El principal de ellos es el giro argumental que se produce a media película (y que por supuesto no comentaremos), escrito a modo de Mcguffin y con intenciones deliberadamente ambiguas, pero que no está suficientemente desarrollado ni explicado. Una cosa es tratar al espectador como a un imbécil y otra distinta es andarse demasiado por las ramas, que es lo que ocurre aquí. Luego está el personaje de Alec Guinnes, que se supone básico en la trama pero que no aporta nada y encima está maquillado que parece un teleñeco, con esos ojos saltones que se le ponen.
Jim Henson pensó en él como compañero de Triki y la rana Gustavo.
¿Y de qué va esto? Pues de una remilgada joven inglesa de buena familia y cara de chochona (paradójicamente interpretada por Judy Davis, que es australiana) que viaja a la India para encontrarse con su prometido y que una vez allí se da cuenta de que su vida es una mierda, mayormente porque jamás le han echado un polvo decente. Suena a esas tópicas novelas baraturcias sobre mujeres que se van a la India a «autodescubrirse» (o a Turquía. ¡Un saludo a Antonio Gala!) que tan de moda han estado en tiempos recientes como símbolos de la liberación femenima, cuando en realidad son tan machistas como el reaggetón. Suena a novelón rancio porque en realidad lo es: Pasaje a la India es una novela escrita en 1913. Muy feminista todo.
En 1913 esto se hubiese considerado indecoroso y descocado.
Para que vean que la literatura «feminista» de saldos no es cosa nueva. El caso es que a David Lean le gustaba y ya en los sesenta quiso rodarla, pero por una cosa u otra lo fue dejando. Y cuando al fin pudo ponerse manos a la obra no se libró de tener problemas; el principal de ellos la financiación, con la que nadie se quería comprometer demasiado en serio, alargando la gestación del proyecto durante cuatro años. Una tortura (otra más para el bueno de Lean) que, al menos en este caso, llegó a buen puerto.
Quizá fuese porque los productores acertaron esta vez a untar debidamente tanto a los medios como a la «Academia» de Hollywood, que galardonó a Pasaje a la India con dos Óscar, nominándola a otros nueve. Quizá fuese porque a Lean se le respetaba demasiado a estas alturas como para juzgar malamente la que a buen seguro iba a ser su última película, que lo fue. Con independencia de los motivos, lo que sorprende es que Lean se aventurase a rodar de nuevo, tras lo harto que había quedado del cine y todo lo que le rodea. Siendo alguien que no tenía necesidad alguna de enfangarse en mierda por tener el riñón más que bien cubierto, que Pasaje a la India le quedase bien (aunque «viejuna» y pese a otros defectos) demuestra una vez más lo grande que era.
Resultado: tratándose de Lean, sólo caben aplausos.
(En este caso no pongo trailer porque no he encontrado ninguno que valga la pena).