La película más famosa del Blaxploitation, fenómeno imposible de entender fuera del contexto de su tiempo, y sobre el cual pueden ustedes disfrutar un pormenorizado análisis en este artículo de la Wikipedia inglesa. Resumiendo mucho, fue producto de la lucha emprendida por los norteamericanos de raza negra, a comienzos de los años sesenta, en defensa de sus derechos civiles.

Las esperanzas creadas en torno al movimiento, lejos de concretarse, se evaporaron, y llegada la década posterior las cosas estaban igual o peor, pues a la discriminación rampante sufrida por este colectivo se le unió la crisis económica que disparó las tasas de pobreza y delincuencia entre los menos favorecidos, en su mayoría negros por supuesto. A eso hay que unirle el aumento del tráfico y consumo de drogas, que se cebó especialmente con ellos. Hay quien sostiene que este último fenómeno fue inducido por el propio gobierno estadounidense para sojuzgar el animo reivindicativo de los afroamericanos, muy contestatarios frente al orden establecido y a la considerable represión que sufrían por parte de las autoridades y la sociedad en su conjunto, mayormente blanca y conservadora. Más o menos como ahora. O como siempre.

Total, que de este modo se entiende el surgimiento del cine blaxploitation como una forma de rebeldía: coges una película habitualmente protagonizada por blancos y la rehaces con un reparto mayoritariamente negro, en el que los blancos son relegados a papeles menores y esencialmente malignos. Muy bonito sobre el papel, pero en el fondo aquello no dejaba de ser una tomadura de pelo (en este caso «afro») porque los que realmente controlaban el tinglado eran todos blancos y manipulaban al público. Shaft es un claro ejemplo de ello: el autor de la novela en que se basa (Ernest Tidyman, guionista de The French Connection) y los productores pertenecían a esa raza, por no hablar de los dueños de la Metro Goldwin Mayer, quienes contrataron a una agencia de publicidad para vender la película entre el público afroamericano con una campaña muy astuta. Lejos de reivindicar nada, lo único que pretendían era aprovechar una coyuntura social para forrarse, y lo consiguieron: con su miserable presupuesto en torno al millón de dólares, Shaft hizo en taquilla veinte veces más dinero sólo en Estados Unidos. Fue una de las tres únicas películas de la Metro que obtuvo beneficios en 1971 (de un total de 23 distribuidas por la firma aquel año), salvando al estudio de la bancarrota.

Más allá, este largometraje que en España fue titulado como Las noches rojas de Harlem (el distribuidor que decidió el cambio debió matarse a pajas tras la ocurrencia en plan «¡joder, cuánto me molo!»), no deja de ser una clásica historia de detectives en la que el protagonista, que responde al nombre de John Shaft, recibe el encargo de localizar a la hija de un jefe mafioso de Harlem, en paradero desconocido desde que supuestamente fuese raptada por una banda rival. La apariencia más o menos rutinaria del encargo (más o menos, repito) no es tal por supuesto, resultando de ello una película en la que no faltan tópicos racistas como las referencias al vigor sexual de los negros, aunque está maja como diría Carlos Pumares y resulta artísticamente pasable pese a ciertos tics muy propios de su época, como la presencia de zooms que hoy día se considerarían un poquitín irritantes.

Escena de sexo interracial a mayor gloria de habitantes del Cinturón Bíblico estadounidense e integrantes del Partido Republicano en general.

Cosas del director Gordon Parks, uno de los primeros fotoperiodistas negros y el primero en trabajar para la revista Life, quien convencería a los productores para contratar a Richard Rountree para el papel principal en detrimento del resto de aspirantes. Entre ellos figuraba el polifacético Isaac Hayes, que además de músico era también actor y productor. Roundtree se convertiría en mito gracias a la película, pero Hayes tampoco salió perdiendo: encargándose de la banda sonora, sería el primer músico de raza negra en ganar un Óscar gracias a la legendaria Theme from Shaft y su inconfundible rift de guitarra, que junto a su ritmo funky marcaría a toda una generación de aficionados a la música.

Hayes y su banda flipando a la concurrencia del Festival de Glastonbury en 2002.

Resultado: aplausos.

Ficha del largometraje en la IMDB.

 

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