En contraposición a la ponzoñosa Jobs (2013), dos años después llegaba esta película con guión de Aaron Sorkin que muestra una imagen mucho más verídica del personaje al que retrata. Steve Jobs fue un cuentista que no sabía hacer la o con un canuto, pero supo aprovechar un entorno de progresiva desregulación económica para hacer fortuna usando prácticas empresariales basadas en el robo de ideas y patentes ajenas, dando forma a la creación de sistemas cerrados por los que luego podía exigir un dineral a sus clientes. Clientes que pueden obtener el mismo producto (cuando no mejor) por un tercio de ese dinero acudiendo a la competencia, pero a los que vendes la idea clasista de que el tuyo es superior porque tiene un diseño muy cool y hará que quienes lo posean caguen una mierda mejor que la de sus vecinos, esos muertos de hambre que tienen que conformarse con bisutería.
Tamaño absurdo, digno de una persona sumamente retorcida en el peor de los sentidos y cristalizado en eslóganes mongoloides como «piensa diferente» o mantras de galletitas chinas como «innovar es cometer errores», no sólo encumbró al caradura de Jobs. Le ha convertido en leyenda, y casi en santo tras morir prematuramente en 2011 (por un cáncer que quiso tratarse con homeopatía, algo muy concluyente sobre el verdadero intelecto del sujeto) a ojos de una sociedad infantil, regida por principios cada vez más conservadores y ultraliberales. Steve Jobs arremete sin contemplaciones contra esa leyenda trufada de patrañas mostrando a un personaje realmente miserable a cualquier nivel, que se niega a reconocer públicamente el talento de quienes le han hecho rico y a la vez salvado el culo en más de una ocasión. Igual que condena a vivir en la indigencia a su expareja y madre de su hija, a quien considera una puta porque la prueba de paternidad a la que es sometido por orden judicial le otorga un 94% de posibilidades de ser el padre, lo que según él deja abierta la puerta a que el 6% restante de la población masculina americana pueda haber engendrado a la criatura.
En resumen, un mierda beatorro y meapilas que la película nos disecciona mediante una estructura muy sencilla, claramente dividida en tres actos articulados en torno a tres hitos que definieron la carrera de Jobs a lo largo del tiempo: la presentación del Mac en 1984, la del NeXT en 1989 y la del iMac en 1998. La acción se centra en los momentos previos a dichas presentaciones durante los cuales, y a base de diálogos muy bien escritos en general, el carácter del protagonista queda perfectamente definido ante el espectador, sin necesidad de rodar prácticamente en exteriores más allá del camerino o los pasillos del backstage donde este pasa la mayor parte del tiempo. Steve Jobs podría representarse perfectamente sobre las tablas de un escenario teatral.
Y casi con los mismos actores. Casi, porque a Michael Fassbender no te lo crees haciendo de Jobs. Y no porque lo haga mal, sino porque su escaso parecido físico con el personaje real, a quien todo el mundo conoce y del que todo el mundo recuerda una imagen muy definida, llega a sacarte de la película, te desubica. Solo al final el Jobs que vemos en pantalla nos recuerda en algo al de verdad, redimiendo en cierta forma el trabajo de caracterización de igual modo que el personaje es redimido tras reconciliarse con aquellos a quienes ha maltratado durante años, obteniendo a cambio el éxito masivo que se le había negado hasta entonces. Mejor nota obtienen los secundarios principales, Kate Winslet, Seth Rogen y especialmente Jeff Daniels, capaz de actuar bien en cualquier papel que le toque en suerte con independencia de que sea dramático o de comedia. Un crack.
Total, que viendo la película cuesta creer que esté basada en una de las numerosas «biografías autorizadas» publicadas como churros inmediatamente tras la muerte del Gurú Jobs (nótese la G mayúscula). Siendo hoy Apple una de las empresas más grandes y poderosas del mundo, quienes aparecen representados en la cinta se apresuraron a cubrirse las espaldas por si acaso con afirmaciones del tipo «yo nunca dije nada de eso» y recalcando que Jobs en el fondo molaba mil, mientras Universal trapaceaba la distribución desesperando al director Danny Boyle, cansado de contar butacas vacías allá donde se exhibía su filme, muy premiado y aclamado por la crítica, eso si. Porque lo importante es lo importante: cosas como la próxima charlotada de superhéroes o la enésima entrega de Fast & Furious. Eso es lo importante, idiotizar a la gente usando el cine como arma. De destrucción masiva, en este caso para la mente y la capacidad reflexiva de los espectadores.
Resultado: aplausos