Desde el hace algunos años, la seguridad de la aviación comercial parece estar más en tela de juicio que nunca, sobre todo tras algunos accidentes en los que el afán de ahorrar a toda costa parece estar detrás. Las aerolíneas, acosadas por la competencia salvaje fruto del ultraliberalismo económico, la crisis global y los altos costes de explotación, atraviesan uno de sus momentos más críticos en décadas, y con semejante panorama la opinión pública comienza a recelar de un negocio que sólo es rentable cuando los aviones permanecen el mayor tiempo posible en el aire. Lo cierto es que hoy por hoy el avión sigue siendo la forma más segura de viajar, entre otras cosas por la severidad de unas normativas que regulan hasta los aspectos más insignificantes en el proceder de aparatos, técnicos y tripulaciones. Pero ¿qué ocurre cuando una compañía aérea, en connivencia con una autoridad corrupta, está dispuesta a saltarse las normas con tal de aumentar los beneficios?
Enrique Piñeyro es un tipo muy especial. Argentino nacido en Italia, apasionado por los aviones, estudió para galeno especializándose en medicina aeronáutica. Aquello le llevó a hacerse piloto y ser contratado por la aerolínea privada argentina LAPA, para la que trabajó durante once años hasta que decidió renunciar a su puesto, harto de las continuas irregularidades en las que incurría la compañía, no sin antes advertir severamente a sus directivos lo que podría ocurrir si se mantenía aquella situación. Entretanto, Piñeyro hizo algunos pinitos como actor, y más tarde decidió ponerse tras la cámara para rodar un filme de denuncia sobre las situaciones que él mismo había vivido desde su puesto en LAPA.
Partiendo del accidente de un avión de LAPA, estrellado en pleno centro de Buenos Aires al intentar levantar el vuelo con una configuración de despegue equivocada, Whisky Romeo Zulu descubre una trama de negligencias y corruptelas a todos los niveles, sobradamente conocidas por todas las partes implicadas, pero aceptadas con tal de ganar dinero o mantener una parcela de poder. La seguridad del pasaje acaba por importar un pimiento y los pilotos, coaccionados por una empresa que les amenaza con el despido si no cumplen a rajatabla con su trabajo, acaban igualmente por tragar, aunque eso les suponga jugarse la vida en cada vuelo.
Autobiografía – ficción rodada con un estilo casi documental, Whisky Romeo Zulu sorprende por su calidad, sobre todo cuando su director deja claro en las entrevistas que lo suyo es pilotar, y que lo del cine es más bien un pasatiempo. Enrique Piñeyro trabajó en esta película al más puro estilo “chico para todo”: dirigió, produjo, escribió (con la ayuda de alguien más experimentado, eso sí) y hasta se reservó el papel principal, aunque no salga el primero en los créditos iniciales. El resultado es un filme rodado con profusión de planos cuya intención es la de meter de lleno al espectador en la acción, pero hecho con bastante cuidado por los detalles y una especial atención en dotar del máximo realismo a las escenas que transcurren dentro del avión pilotado por el protagonista. Por tanto no hay trucajes: lo que vemos es un avión de verdad, en el que se filma mientras está volando de verdad y pilotado por un auténtico profesional. Aquí no encontraremos ninguno de los “efectismos” tan típicos en cualquier película americana sobre aviones, y el lenguaje usado por las tripulaciones se ajusta totalmente a la realidad, sin giros ni explicaciones absurdas que nos hagan sentirnos como retrasados mentales. La intención del director de “meter a los espectadores dentro de la cabina de un avión real” constituye el aspecto más conseguido y espectacular de la película, incluso para los no aficionados al mundo de la aviación.
Como diría el gran Carlos Pumares, Whisky Romeo Zulu “está maja”, y más ateniéndonos a los medios disponibles y a la escasa experiencia cinematográfica de su autor. A muchos les sobra la parte del flashback que narra la infancia del protagonista, que ya puestos pone la primera piedra para la historia de amor del filme, pero yo creo que cumple con su función de explicar al espectador que ser piloto de aviación no es una profesión que se elige en un momento dado de la vida como cualquiera otra, si no una pasión que se lleva en la sangre. También para dejar claro que los sueños de la niñez pueden convertirse en pesadillas. Como actor Piñeyro no es Marlon Brando, eso está claro, pero no obstante interpreta su papel con dignidad. Y su película, pese a estar localizada en Argentina (país tristemente laminado por la cultura de la corrupción, el saqueo y la incompetencia) supone un serio aviso de algo que, tal y como está el percal ahora mismo, podría acabar pasando en cualquier parte. Eso si no está pasando ya.
Resultado: Aplausos a reacción.
(Este artículo fue publicado inicialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET y se reedita con el permiso de su webmaster).
No la he visto pero sí recuerdo el accidente.
De todos modos, no es nada que no pase constantemente en ¿casi? todos los ámbitos de Argentina…
Ya imagino… Échale un vistazo a la película y me cuentas. Está disponible en Youtube.