En la infancia o en la adolescencia aparece, con suerte, la figura de ese maestro por el que lo darías todo, por el que estarías dispuesto a hacer cualquier cosa, por respeto, por admiración, y trabajas para él como no has trabajado para ningún otro con tal de no defraudar las expectativas que ha puesto en ti. Yo no tuve a ese maestro ni en la infancia ni en la adolescencia, pero lo encontré en David Lean. Fue mi mejor maestro, mi hermano mayor. Y, desde luego, uno de los más grandes cineastas de la historia. No soy el único en decirlo, faltaría más. Para Billy Wilder, que a puñetero no le ganaba nadie, la cumbre absoluta del cine eran Eisenstein, Lubitsch y Lean. Lo dijo Wilder, y lo dijo Kubrick y lo dijo Spielberg, que sigue considerando Lawrence de Arabia como su película favorita de todos los tiempos, la que le hizo dedicarse a este oficio.
(Perico Vidal).
Decir que David Lean es uno de los grandes directores de todos los tiempos es una obviedad a estas alturas. Su historia demuestra hasta qué punto puede influir en una persona (más aún en un niño) la atracción hacia lo prohibido: hijo de ultraconservadores que consideraban al cine como un invento del averno, el joven Lean veía películas a escondidas hasta que finalmente se hartó de la situación y se presentó en las oficinas de la productora Gaumont, famosa por sus noticieros cinematográficos, para trabajar “en lo que fuese” y aprender el oficio. Empezando de botones, pronto se reveló como un montador excepcional en la época en que este trabajo era todo un arte, y fue progresando hasta labores de dirección.
Aunque su carrera estuvo marcada por el éxito desde el principio, su paso a la posteridad se lo debe a tres películas en concreto, tres superproducciones épicas en apariencia alejadas del estilo intimista que le caracterizaba: El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago. Pedro Vidal y David Lean se encontraron cuando el primero fue contratado como asistente para el rodaje de Lawrence por mediación de un amigo a raíz de un trabajo previo en Málaga, y entre ambos surgiría una amistad que se prolongaría hasta la muerte de Lean en 1991 y les llevaría a colaborar también en Zhivago y en La hija de Ryan, con Vidal aglutinando cada vez más poder merced a las atribuciones que Lean le iba otorgando por la confianza que tenía en su trabajo. El director inglés era así: creía en aquellos que le demostraban profesionalidad y entusiasmo en el desempeño de sus labores y a partir de ahí les arropaba, ya no les dejaba tirados. Un jefe “de los de antes”, de los que ya no hay, aparte de un auténtico superdotado en todo lo referente al cine, tal como Pedro Vidal se apresuraba a confirmar a la menor oportunidad:
Estaba atento a todos los detalles, tenía una mirada que lo abarcaba todo. Todo estaba planificadísimo pero siempre estaba abierto a lo inesperado. Veía una reverberación de la luz en el desierto y decía “Omar Shariff, al camello. Cámara, lista para rodar”. Siempre sabía exactamente lo que quería, el encuadre, la duración del plano. Ken Danvers, el fotógrafo del rodaje, estaba un día encima de una roca en el desierto, con la cámara colocada, y Lean le dijo, desde abajo: `Kenny, a little bit more to you’re left… a little more.. there. ¡Se dio cuenta de que el encuadre estaba mal desde abajo! Porque Ken Danvers era un fuera de serie, pero Lean era también un fotógrafo extraordinario. Director, montador, fotógrafo, productor… era grande en todos los campos.
Para Perico Vidal, la de los 60 sería “su década”, la mejor época de su vida; un in crescendo que culminaría gracias a una casualidad. Cuando menos te lo esperas, como suele ocurrir siempre: enfrascado en el rodaje de una pequeña serie de TV conoció a una joven neoyorquina de buena familia que andaba por allí curioseando mientras viajaba por Europa con una amiga. Se llamaba Susan Diederich, y el flechazo que surgió entre ambos les llevaría finalmente a casarse en enero de 1969, además a lo grande: haber contraído matrimonio en Las Vegas con Jane Fonda y Roger Vadim como padrinos y con Frank Sinatra como invitado de honor es algo de lo que pocos podrían presumir.
Big Time episodio diez: Lawrence de Arabia y dos mil ratas para Bond.
Big Time episodio once: Esperando a Zhivago.
Big Time episodio doce: Doctor Zhivago. Rusia en Madrid y Soria.
Big Time episodio trece: Susan, Lean, Brando y un dinosaurio en Cuenca.