Cuando hice El Padrino era un crío, nadie sabía quién era yo. Yo tenía mis ideas, pero… Era como si el equipo no entendiera lo que estaba haciendo, por qué se me eligió como director. El equipo, ya sabes, esos listillos de Nueva York que te hacen sentir como retrasado o algo. Me sentía un extraño, y tendía a meterme en el papel de los actores e involucrarme con ellos. Recuerdo una vez, en el estudio donde estábamos rodando, que me escondí en el servicio. Entraron dos tipos y les oí que decían:
– ¿Qué piensas de este director?
– Que no tiene ni idea. Es un gilipollas.
Me dio tanta vergüenza que estuve a punto de levantar los pies para que no vieran que estaba allí. Durante El padrino no me sentí muy feliz. Todo el mundo me había dicho que mis ideas eran malas y no tenía una pizca de confianza en mí mismo. Sólo tenía unos 30 años y me guiaba por mi instinto, pero no veía por ningún lado que esa pesadilla acabaría siendo una película de éxito, mucho menos un clásico. Por eso ahora me siento en la obligación de decirle a los jóvenes que recuerden que cuando sientan que sus ideas no son buenas, que la gente las rechazan o te despiden, ésas serán las mismas ideas que aplaudirán 30 años más tarde. Hay que tener valor.
(Francis Ford Coppola).