Esta foto de las pruebas para el papel de Dorothy en El mago de Oz aparece en Este rodaje es la guerra, libro escrito por Juan Tejero que tal vez peque de ser un poquito demasiado grueso (son más de 800 páginas) y de centrarse demasiado en Lo que el viento se llevó, a la que dedica once capítulos completos; pero del que resulta una lectura sencilla y lo suficientemente amena, apropiada para aquellos a los que les gusta presumir de cinéfilos contando anécdotas a sus amigos mientras se toman unas cervezas.
Frances Ethel Gumm había sido contratada por la Metro con sólo trece años de edad gracias a su portentosa voz, y tras unos “retoques” consistentes sobre todo en arreglar su dentadura y someterla a dietas draconianas para estilizar en lo posible su regordeta figura, la compañía estaba lista para lanzarla como sucesora natural de Shirley Temple con el nombre de Judy Garland. La tortuosa gestación de El mago de Oz merecería por sí misma un libro entero: siguiendo la tónica por entonces habitual en muchas superproducciones, hasta doce personas tomaron parte en la escritura del guión (entre ellos Herman Mankiewicz, luego autor de Ciudadano Kane) y otras cuatro se encargaron de la dirección, aunque al final sólo Victor Fleming apareció en los créditos. Fleming era un hombre brusco y marimandón, pero también un gran profesional acostumbrado a rescatar proyectos que, como El mago de Oz, amenazaban con zozobrar.
Porque el rodaje estaba plagado de dificultades a causa de la enormidad y la complejidad necesarias para recrear el universo de la novela original, llevando la tecnología cinematográfica de la época hasta el límite y poniendo contra las cuerdas a la legión de técnicos desperdigada en los 29 platós ocupados en la “Producción 1060”, que acabó acumulando un retraso de meses y engordando su presupuesto hasta los tres millones de dólares. Para hacerse una idea de lo astronómico de la cifra, baste decir que la película tardó diez años en recuperar la inversión pese a triunfar inicialmente en taquilla, aunque buena parte de culpa la tuvo la Segunda Guerra Mundial, que hundió las posibilidades comerciales de la cinta fuera de Estados Unidos. Sólo empezó a dar beneficios cuando comenzó a emitirse por televisión en la década de 1950.
En cuanto a Judy Garland El mago de Oz la convirtió en una estrella, pero también la marcó de por vida: menuda en carácter casi tanto como en estatura (un metro y medio), no supo o no pudo lidiar con la fama y acabó muriendo en el baño de su casa por un ataque cardíaco provocado a raíz de una sobredosis accidental de barbitúricos, a los que era adicta. Sólo tenía cuarenta y siete años.