No me voy a explayar escribiendo sobre Quentin Tarantino. Quizás lo haga cuando me apetezca comentar por aquí alguna de sus películas. Con la tontería, a día de hoy me las he visto todas excepto Los odioso ocho, que sinceramente me da muchísima pereza. Porque el bueno de Quentin no ha vuelto a ser nadie desde que estrenó Pulp Fiction, con diferencia su obra maestra. Acabó a tortas con Roger Avary, el amigo que hasta entonces había sido su mano derecha puliéndole los guiones, y jamás ha vuelto a hacer nada ni remotamente parecido pese a llevar casi más de dos décadas intentándolo, que se dice pronto.
En el caso de estos dos sí que vale eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Lo que nadie puede negar a Tarantino es lo que hizo por (y para) el cine norteamericano durante los años noventa del pasado siglo, especialmente durante el primer lustro. Mezclando un proceloso batiburrilo de influencias procedentes en su mayoría de la serie B, Tarantino logró convertir en mainstream un tipo de cine hasta entonces despreciado por «cutre», que no directamente casposo. Todo con el apoyo (entre otros) de los astutos hermanos Weinstein, dos auténticos bastardos pero que de idiotas no tienen un pelo, y que supieron ver en el procaz realizador de Tennessee un talento singular que, junto a otros realizadores indies, introduciría algo de aire fresco en un Hollywood anquilosado tras demasiados años de «revolución conservadora».
Son muchos los tics que distinguían y distinguen el cine de Tarantino, aunque a fuerza de repetirlos el director haya terminado convirtiéndose en poco más que una caricatura de sí mismo. Uno de los que más llaman la atención es el lenguaje usado en los diálogos, coloquial, directo y no pocas veces salvaje, trufado de palabras malsonantes entre las que fuck (joder) se lleva la palma. Tanto que hace un tiempo alguien tuvo la idea de recopilar en un vídeo todas las escenas de las pelis de Tarantino en las que aparece. Y cuando digo «todas» es literalmente, incluyendo el primer corto que el director filmó en 1987 y todos aquellos trabajos (o casi) en los que ha participado como actor, productor o guionista. No diré la cifra para no estropear la sorpresa, pero sí diré, a modo de pista, que el número 1.000 se alcanza en Jackie Brown y que no está incluida Los odiosos ocho porque el vídeo se montó justo antes del estreno.