La producción de cine fantástico y de terror nunca ha gozado de excesivo arraigo en una Europa más volcada con las películas de arte y ensayo y el realismo social. No digamos ya en España, donde el llamado “cine de evasión” estuvo vinculado durante décadas a filmes protagonizados por cantantes de moda, comedias y, en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la muerte de Franco, el Landismo, el Destape y el “guerracivilismo”, tres géneros puramente autóctonos que marcaron de forma dramática el porvenir de la industria española del cine.
En este contexto, la figura de Juan Piquer Simón destaca por su singularidad: no sólo se atrevió a plasmar en celuloide las películas que soñaba de niño mientras devoraba sin pausa novelas de Verne o Salgari, sino que lo hizo como un auténtico outsider al margen del sistema. Sus películas son objetivo reiterado de comentarios jocosos por sus evidentes carencias tanto cinematográficas como presupuestarias, pero ello no implica olvidar los méritos de un hombre dispuesto a arriesgarlo todo enfrentándose a un entorno hostil que, no obstante, le brindó inesperados triunfos. Siempre con la mente puesta en los mercados internacionales, rodando en inglés y pensando a lo grande; algo inaudito en aquella España “de tazón y boina”, como él solía definirla. Nacido en Valencia en 1935 y licenciado en Bellas Artes, Piquer Simón se trasladó muy joven a Madrid para estudiar Cine y no tardó en ver el potencial de la recién nacida televisión como plataforma publicitaria. Así, montó una productora con la que rodaría más de 1.500 spots a lo largo y ancho del Viejo Continente. El éxito le permitiría ahorrar lo suficiente para dar, al fin, el anhelado salto a la gran pantalla.
Terence Stamp en Misterio en la isla de los monstruos, dirigida por Piquer Simón en 1981 y en la que compartia cartel con Peter Cushing… y Ana Obregón.
Con estos mimbres, Jorge Juan Adsuara aglutina una serie de artículos y entrevistas, tanto de su puño y letra como procedentes de otros autores, y los estructura para construir un fiel (a la par que cariñoso) retrato del que fue uno de los principales representantes del cine fantástico español, un hombre que nunca renegó de su condición de “autor de serie B” y por ello hizo gala de una honestidad ajena a la mayoría de sus colegas de profesión, en un país donde ser más papistas que el Papa en la parcela artística a la vez que lacayo en la sociopolítica parece la única norma válida para conseguir resultados, aunque sea trincando subvenciones públicas para rodar esperpentos que muchas veces ni siquiera llegarán a estrenarse.
Por el libro desfilan algunos de los colaboradores más cercanos de Piquer Simón, quienes muchas veces también fueron íntimos amigos. Como Lorenzo Soler, amigo desde la infancia que le ayudó en la producción de sus primeros cortos. Como Larry-Ann Evans, su fiel secretaria. Como Frank Braña, su actor fetiche. Entre todos colaboran para ofrecer una divertida (a la par que entrañable) semblanza no ya de un director de cine y su obra, sino de toda una época en la que un grupo de locos se empeñó en hacer posible lo imposible, venciendo todos los obstáculos a base de ingenio y desparpajo, pero ante todo haciendo gala de su amor por el séptimo arte sin dejar a un lado su objetivo primordial, nunca ocultado, que era el de rentabilizar su esfuerzo ganando dinero. Cualidades todas ellas que parecen desterradas en una industria que en la actualidad se limita a poco más que facturar productos como el que hace módulos prefabricados para construir bloques de pisos.
El cineasta Sergio Blasco, autor de uno de los textos del libro, entrevistando a Juan Piquer poco antes de su muerte en 2011.
Así que este es el perpetrador de Supersonic men! 😀
Lo es, lo es, jajajaja.