Alien, Star Wars y Star Trek forman la “santa trinidad” de la ciencia ficción actual. La última de estas tres sagas, aparte de ser la más longeva, es tal vez la que aglutina a los seguidores más fieles. Por otro lado tiene la intrahistoria más singular, pues empezó como serie de TV y ni ésta ni el posterior debut cinematográfico (iba a ser una continuación de la serie, pero el éxito de Star Wars animó a dar el gran salto) triunfaron inicialmente. La adhesión de los fans, cada vez más numerosos, y la confianza de los productores surtieron el efecto necesario para cambiar un destino que se antojaba oscuro, de forma que el Enterprise lleva cinco décadas surcando el espacio en cine y televisión. Con diferentes tripulaciones, por supuesto, aunque es la primera la que en general todo el mundo asocia a Star Trek. Su indudable carisma fue decisivo para el éxito de la franquicia, protagonizando una serie de películas hoy que hoy se consideran pequeños clásicos del género. Y es el capitán de aquella legendaria tripulación, el inefable James Tiberius Kirk, alias William Shatner, el encargado de contarnos la historia de aquellas películas en el libro que nos ocupa.
Pero más que una historia sobre películas o sobre uno de sus protagonistas, esta es una historia sobre guionistas y sobre sus esfuerzos para crear buen cine partiendo de un batiburrillo de ideas. Es también la historia de una lucha de egos entre personas conscientes de su fama, dispuestas a aprovechar cualquier resquicio para lucirse y figurar más que sus compañeros.
Llegados a este punto sorprende comprobar que el protagonismo tampoco recae en Shatner, sino más bien en el productor Harve Bennett y especialmente en Leonard Nimoy, que con su fuerte carácter y su habilidad acabaría por erigirse en el verdadero amo del tinglado por encima de Gene Rodenberry, convertido en un mueble más de su propio despacho; un viejo gruñón que no hace más que quejarse por todo en memorandos a los que nadie hace ni puñetero caso. En tales circunstancias, el autor del libro queda reducido al papel de narrador durante buena parte del tiempo, pero él (o más bien su “negro”) juega con ventaja al tener muy claro a quién va dirigido su libro: alguien que no pretenda otra cosa que pasar un rato agradable con una lectura sencilla, aunque correcta y por momentos muy divertida gracias al sentido del humor del que hace gala Shatner, dispuesto a reírse de sí mismo a la menor oportunidad.
«Aquí mando yo, gañanes».
Queda claro que Star Trek, las películas no es una obra de Charles Bukowski, pero está a la altura de lo que cabe esperar de él. Probablemente le sabrá a poco a los más trekkies, pues no da la impresión de que vaya a descubrirles nada que a estas alturas no sepan. Resulta más indicado para aquellos que, teniendo unos conocimientos básicos del universo Star Trek y habiendo visto las pelis “clásicas” de la saga, deseen conocer algo más sobre ellas y sobre sus protagonistas sin necesidad de entrar en detalles que a buen seguro les aburrirían.
Yo estoy en el último grupo, gran seguidor de la serie original y las primeras películas pero nunca estuve al tanto de todo lo que se cuence.
Ni yo, lo admito. Por eso precisamente el libro me parece tan recomendable para un numeroso grupo de lectores potenciales, esos que conocen a la tripulación original del Enterprise y han visto alguna de sus películas (la cuarta entrega sigue siendo a día de hoy la más taquillera de todas las películas de Star Trek) pero que no se consideran trekkies.