Tras el satisfactorio resultado (más que satisfactorio a decir verdad) obtenido con la BSO de Total Recall, era de esperar que Paul Verhoeven contase nuevamente con Jerry Goldsmith para su nueva película, en lo que supondría la segunda colaboración entre ambos de un total de tres (esa tercera y última sería Hollow Man en 2000).

Del mismo modo que Goldsmith aprovechó Totall Recall para resurgir tras unos años 80 muy difusos, en los que parecía haber perdido su magia, el genial compositor californiano aprovechó la nueva oportunidad que le brindaba Verhoeven para reafirmar su reconquistado prestigio y destapar nuevamente su particular tarro de esencias, brindándonos una de las bandas sonoras icónicas del cine de los noventa, beneficiada además por el que acabaría siendo el mayor éxito en la carrera de Verhoeven. Un taquillazo bendecido con dos nominaciones al Óscar, una de los cuales sería para Jerry por este magnifico ejemplo de su talento, perfectamente ejecutado por la National Philarmonic Orchestra, con la que se entendía a las mil maravillas. De nuevo la simbiosis entre sintetizadores, viento, cuerdas y percusiones resulta ejemplar, alcanzado su cima en los momentos más agresivos donde el perfecto uso de síncopas, marca de la casa, ayuda a resaltar las escenas de más acción, contraponiéndose a las melodías que sugieren el romanticismo malsano y la amenaza latente que caracteriza la relación entre los protagonistas. Las sinuosas notas del tema principal, sobre las que pivota toda la banda sonora, conformaron desde el principio un pequeño clásico con sus aires «a lo Bernard Herrmann«, francamente conseguidos.

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