El fenomenal éxito de Los Cazafantasmas en 1984 hacía presagiar una secuela que llegaría cinco años después. Beneficiada por el hecho de arrejuntar nuevamente al equipo responsable de la primera parte, fue recibida sin embargo con una tibieza que hoy podría considerarse injustificada. Hubo quienes la etiquetaron como una mierda sin haberla visto siquiera. El absurdo “boca – oreja” resultante afectó a la película; pero desde luego no tanto como la coincidencia de su estreno con los de Batman e Indiana Jones y la última cruzada, dos huesos demasiado duros para ella, lo que hizo que su impacto en taquilla fuese mucho menor del esperado.

A la banda sonora le ocurrió algo parecido. Recuerdo cuando se la pedí a un compañero del instituto a cambio de otro disco y la práctica totalidad del aula se me descojonó en la cara. Que había hecho el ridículo, dijeron. Desde luego no era tan mala, o al menos nunca me lo pareció. Hoy día resulta curioso escuchar la música de las dos películas, una después de otra, y comprobar gracias a ellas cómo habían cambiado las modas y los gustos musicales del gran público (y más concretamente del público joven) en el transcurso de un lustro: de los ritmos acaramelados y el pop-rock light con influencias sintetizadas pasamos al rap, al funk y a ritmos mucho más crudos y guitarreros. Tras una década de “revolución conservadora” basada en el ensalzamiento de la moral y el patriotismo, la gente deseaba la llegada de aire fresco.

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