Poco o nada se puede decir de esta película o de su banda sonora sin incurrir en obviedades mil veces dichas en todas partes. Estamos ante una de esas partituras que todo buen aficionado al séptimo arte debe escuchar de vez en cuando, hecha para una de las películas que mejor representan a ese Hollywood épico y majestuoso que dejó de existir hace mucho tiempo. La asociación entre David Lean y su músico de cabecera Maurice Jarre dio en esa época sus mejores frutos; una simbiosis de la que ambos se beneficiaron: la música del compositor francés contribuyó a que Lean alcanzase la cima de su carrera, del mismo modo que la oportunidad de trabajar en las películas más representativas del británico permitió a Jarre establecerse en el Olimpo reservado a los mejores músicos de la historia del cine.