La última epopeya cinematográfica de Akira Kurosawa lo fue en más de un sentido. Ocho años tuvo que esperar el realizador japonés para cumplir su deseo de filmar esta historia basada en El rey Lear, hasta que por fin el productor francés Serge Silverman se animó a poner encima de la mesa el dinero necesario para, entre otras cosas, tejer a mano los 1.400 trajes usados en el rodaje, proceso que llevó dos años enteros. Prácticamente una obra de teatro filmada (y de un modo exquisito además), la minimalista partitura encaja de fábula en este trágico relato de intrigas familiares. Si tienen ocasión, háganse con la edición de dos discos, que incorpora buena cantidad de material inédito descartado de la banda sonora.