Nos encontramos ante un caso atípico: esta banda sonora la firma el neozelandés Graeme Revell, pero su presencia en ella resulta casi testimonial. Tan solo uno de los temas que escucharemos durante la película, que prescinde de música orquestal al uso, es suyo, aunque su nombre no figure en primer lugar de los créditos. El resto, hasta un total de once, los compone un popurrí de artistas indies entre los que figuran Tricky, Green Forest o Skunk Anansie, muy influenciados por el el grunge que lo petaba a mediados de los noventa. Más allá destacan las apariciones de Ray Manzarek, que colabora con su sempiterno órgano en una versión bastante bizarra del Strange Days de los Doors, y especialmente de Juliette Lewis, que muestra su faceta de cantante reservándose uno de los mejores temas del disco: Hardly Wait, escrito por PJ Harvey. Ella no fue la única integrante del reparto a la que le dio por cantar: el olvidado Glenn Plummer, que interpreta a un divo del rap, hizo también sus pinitos. La chica no lo hace nada mal. De hecho, resultó que lo de ser actriz era algo secundario para ella y acabaría por centrarse más en la música rock de la mano de la que fue su banda hasta 2009, Juliette and the Licks, que tiene cosas muy majas por ahí.
Aquí la Lewis, haciéndose autopromo.
En resumen, una banda sonora a la altura del largometraje que acompaña, por aquello de que en su día mereció mejor acogida de la que tuvo. Se echa en falta una edición íntegra que recoja todas las canciones de la película (unas treinta), motivo por el cual el disco acaba sabiendo a poco, quedándose algo corto de «recorrido». Pero así y todo resulta interesante y se merece una escucha, aunque sea para luego centrarnos en aquellos artistas cuyos temas nos hayan gustado más. A mí me sirvió para descubrir a Skunk Anansie, uno de los grupos más singulares del panorama musical británico, de quienes soy talifan y hasta he llegado a ver en directo y todo.