Segunda vez que comento un trabajo de Wendy Carlos para el cine, destinado como el anterior a una peli de Kubrick, y junto al anterior quizá el más popular si bien, y curiosamente, ella apenas participa en la BSO: tan solo un par de los cortes que la integran son suyos, creados además en colaboración con su gran amiga Rachel Elkind. El resto forman parte de una selección realizada por el propio Kubrick (siguiendo la costumbre habitual en él), procedente de una amalgama de autores entre los que figuran Gyorgy Ligeti, Bela Bartok o el compositor polaco Krzysztof Penderecki. Digamos también que esta entrada constituye mi homenaje particular al colectivo LGTB en estos días de reivindicación para su causa, al tiempo que podría servir de contestación a una ralea de seres mongólicos que no solo mancillan la capacidad humana para plasmar sus pensamientos utilizando la escritura, sino que encima gozan de una visibilidad pública inmerecida. ¡Un saludo al editor responsable de esta lumbrera y al director de Diario de Ferrol, quien por supuesto ahora proclama no ser responsable de sus subordinados!

Durante los años setenta, la aportación de Wendy Carlos sería fundamental para entender la evolución de la música contemporánea. Nacida como hombre en 1939 con el nombre de Walter, Carlos empezó a revelar desde muy joven su prodigiosa habilidad para la música, las artes gráficas y las ciencias, llegando a ganar un premio a los catorce años por el diseño de un ordenador casero. Antes de cumplir la mayoría de edad ya había construido un estudio de grabación completo y compaginaba estudios de música y física en la universidad, pero el momento clave de su vida profesional llegaría cuando en 1966 conoció al ingeniero Robert Moog y empezó a trabajar en un prototipo de sintetizador con el que grabó un disco que revolucionaría el panorama musical del momento. Switched on Bach triunfó comercialmente y ganó tres premios Grammy, abriendo a Carlos las puertas de la fama.

Pese a lo escaso de su aportación, The Shining es probablemente la obra cumbre de Wendy Carlos para el cine. Comparada con su anterior trabajo para Kubrick en La naranja mecánica, ha envejecido bastante mejor. Los casi diez años transcurridos entre ambas bandas sonoras se notan, y el progreso tecnológico permite una integración mucho mejor de los sintetizadores en el conjunto de la música, cuyo sonido es más natural y no chirría tanto. El argumento de la propia película también colabora: aquí no existe una distropía futurista protagonizada por un tarado fan de Ludwig Van y se encuentra mucho más circunscrito a las tradiciones del cine (de terror, en este caso), lo que paradójicamente permite a Carlos ser más innovadora y expresarse con mayor libertad para crear una serie de melodías que aún hoy conservan toda su perturbadora (que no perturbada) esencia. Es el caso del tema que acompaña a los créditos iniciales, inspirado en una antigua melodía medieval sobre el fin del mundo, que sigue siendo un señor temazo, además de plenamente actual. Prueben a imaginárselo sonando durante alguna de esas absurdas charlas motivacionales que tanto se estilan hoy en el mundo laboral, y ya verán lo que es el verdadero TERROR.

¡Aquí está Jack! ¡Y os despedirá a todos si no cumplís vuestra cuota!

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